Pedro Puigdemont Sánchez
España es un septiembre sin memoria. El olvido necesario que antecede al desastre. Un delirio al servicio de la política. La mentira que sostendrá una ... nueva investidura de Pedro Sánchez.
Bruselas es una blusa blanca con lazada al cuello estilo Lavalliére y jaretas con manga francesa abullonada con pantalones palazzo neutros de color oscuro. Yolanda Díaz rendida al prófugo Carles Puigdemont. La nueva Pilar Rahola del sanchismo llevaba órdenes precisas de practicar la política genuflexa frente al inquilino de Waterloo. A cambio de la llave para la investidura, como si se tratara de una reedición de la rendición de Breda a la inversa, ella llevaba el sí a la amnistía de los políticos delincuentes catalanes. El acuerdo al que llegaron fue oficiado por el nuevo cura laico del secesionismo y la izquierda, Jaume Asens.
Pedro Sánchez no ha dudado en contraer este enlace civil con Carles Puigdemont por poderes sin necesidad de anillos. Certificada la unión, comienza el blanqueamiento a todo lo que supone la amnistía en nuestro ordenamiento jurídico y sus consecuencias. Todos los que del sanchismo dependen, catedráticos, periodistas, expertos y un largo etcétera, repetirán como papagayos que la amnistía es constitucional y es un bien político a proteger. Da igual que se rompa el Estado de Derecho, la Constitución, el espíritu de la Transición, la soberanía nacional, la igualdad de los españoles ante la ley o la separación de poderes: España debe abrazar la amnistía. Estamos en el momento histórico en el que por las ansias de poder de Pedro Sánchez las verdades públicas sobre las que se asienta nuestra convivencia democrática de décadas, deben mutar para ajustarse a los intereses de Pedro Sánchez. Si el precio a pagar para lograr su investidura es ceder las competencias sobre la verdad a un político de la estatura de Puigdemont, él tiene decidido que así sea. Pedro Puigdemont Sánchez se garantiza su futuro reescribiendo el pasado con la amnistía.
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