Viene una nueva crisis de la mano de una enfermedad desconocida. Falsos profetas ven en el coronavirus el fin de nuestras ciudades. Dicen que habrá ... que volver al campo. Pero al campo solo puede volver el que aprendió a trabajarlo. No hay libros que enseñen a leer las líneas del cielo y la tierra como lo hacía la generación que se lleva 'pies por delante' el maldito 'bicho coronado'.
El encuentro en el mercado es el origen de la ciudad. Después, si rigen en ella principios de justicia y educación, la ciudad genera riqueza y cultura. Y en igualdad de condiciones hay unas que ganan a otras. La ciudad crece y crece, se concentra. Y el hombre, gracias a la ciudad, mejor vive y piensa.
Roma creció desmesurada, también hacia arriba. Las insulae, casas de pisos, llegaron a tener 7 plantas. De siempre, las epidemias se ceban en la concentración urbana, pero desde ella el ingenio afila mejor su punta. Hace más de dos mil años que bajo el suelo de Roma se trazó la Cloaca Máxima, a nadie hace falta explicarla. A lo largo de la historia incendios y pestes han aleccionado a tratadistas a separar fachadas, demoler cochambres y ensanchar vías.
Salamanca y Santiago fueron reconocidas mundialmente por ser ciudad-universidad. La ciudad es alimento de la ciencia y sus plazas el templo de la libertad. Allí el vasallo de feudos, massmedias y otros amos, tiene poco que hacer ante el boca a boca del que vive de su trabajo con orgullo y con respeto a sus iguales: el ciudadano. Del fin de nuestras ciudades, solo cabe el regreso a una segunda Edad Media.
La ciudad es escondite, misterio, cine... ¿Qué es el cine sin Nueva York? La ciudad es imaginación. Sin Londres no existiría Sherlock Holmes, ni James Joyce sin Dublín ¿Qué sería de Galdós sin Madrid? La ciudad es suma de pasiones y dolor, caldo de nuestra mejor poesía. Pongan nombres de poetas a estas hermosas ciudades: Granada, Málaga, Sevilla o Cádiz, que a esa ciudad, dónde siempre regresarás fugitivo, ya se lo puso Joaquín Sabina.
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