Orgullo de diversidad un domingo cualquiera
EL FOCO ·
Observado con atención, el Paseo Marítimo de Torremolinos se revela como un microcosmos de mucho interés por lo rico de su ecosistemaHay quien prefiere lo monocolor, lo monolítico, lo uniforme, lo idéntico. No es lo habitual, pero puede pasar, los amantes de rutinas, amigos de las ... mismas costumbres. Luego estamos los extremistas de lo diverso. Los admiradores del amplio abanico que despliega la humanidad en sus gustos, aficiones, aspectos. Nuestro sitio es el Paseo Marítimo de Torremolinos que, observado con atención, se revela como un microcosmos de mucho interés por lo rico de su ecosistema, incluido el supuesto sapo invisible que hay cercano al Parador del Golf y que paraliza la urbanización allí prevista, un poco antes de que la playa se torne nudista, con aficionados a ir en bolas que admiran el swing de los que dan bolazos en los tees. Para los que somos un poco enfermos de lo variado, de los heterogéneo, lo diferente asimilado con normalidad, esos tres kilómetros que van desde La Cizaña al Bajondillo, salida en Málaga y traspaso de la frontera de Torremolinos, son nuestro paraíso de paseo dominical. Tenemos suerte porque, sin faltar a los amantes de lo uniforme, resulta que hay índices desde hace años que correlacionan la prosperidad de un territorio con la tolerancia a lo diferente y, en Málaga lo hemos sido de siempre, tanto que nos cuentan películas de los años 60 en provincias de interior y no nos sentimos nada identificados. Ya me dirán, nosotros, Hijos de Torremolinos, como aquel best seller de James Michener que nos puso en el mapa mundial.
Por allí deambulan corredores con camisetas que son medallas y les identifican como participantes en maratones o carreras de ultrafondo, cruzándose con ancianos en sillas de ruedas en sus últimos años, empujados por chicas que les cuidan mientras miran en el Whatsapp fotos de su familia en Perú. Los mayores extranjeros son más partidarios de esa especie de moto-silla con cesta que manejan ellos mismos y comparten carril con uno de mis especímenes favorito: el patinador que, con auriculares y la música a tope, canta y baila como si estuviera en la final de patinaje artístico de unas Olimpiadas. En ese trozo de acera admiramos la belleza del principio de la vida: el asombro de los niños que dan sus primeros pasos por el poyete del paseo, los que señalan emocionados el mar o un avión que encara la pista del aeropuerto por encima de un mar plato, los valientes que se sorben las lágrimas cuando les gritan que no ha sido nada al caerse de una bicicleta que va sin rodines por primera vez. Las niñas todas de rosita y las que llevan camisetas con lemas de poder femenino en un inglés que no farfullan. Las camisetas pancarta son divertidas de ver, sobre todo cuando los entrados en kilos pasean con unas que hablan siempre de sudor, dolor y ganancia y de hacerlo ya. No pain, no gain, just do it. Los gorditos hacemos lo que podemos a trote cochinero y nos relamemos cuando nos llega ese aroma a ensalada de pimiento con los primeros espetos, platos que conviven con la posibilidad de que te sirvan un desayuno inglés completo, con sus baked beans, su bacon y huevo frito. Llevamos milenios siendo mezcla. En ese mix de aromas olores ya no detectamos, sin embargo, las cremas bronceadoras de coco o de zanahoria. El miedo al melanoma nos dejó sin esa fragancia asociada al verano, a días de orillas, toallas y lecturas que no precisaban de esas camas balinesas que ahora pueblan la playa.
Por allí deambulan setentones con aspecto de nostálgicos de lo que fue Torremolinos y otros de su edad que lo siguen disfrutando a tope, como los que van con la piel negra y cuarteada, sin camisa, de una era previa a la protección solar, cuando los bañadores eran meibas y los chiringuitos, merenderos. Hay quien acude allí con indumentaria relajada como parece imponer la playa, vida fácil de pareo y chanclas y también quien ha reservado en el chiringuito muy renovado, música, mimbre y decoración tarifeña, que se viste de domingo, tacones y apreturas, pintura y alisados de peluquería, acompañadas de musculosos de batidos proteicos.
Hay índices que correlacionan la prosperidad de un territorio con la tolerancia a lo diferente
Jovencitos que practican el voley playa y enseñan tableta conviven con mayores de pueblos de interior a los que ha dejado un autobús que sale bien prontito de la sartén de Andalucía para depositar durante unas horas a sus vecinos cerca de la brisa del mar. Por allí andarán también los británicos tatuados jovencitos, en parejas, con niños en carritos que parecen fruto de lo que antes era un penalty y ahora no sé cómo se llama, porque los bebés no adelantan bodas que no se producen ya.
Se cruzan también propietarios de perros de raza, los diminutos chihuahuas, con los que llevan a los rescatados de la protectora, previo examen de idoneidad que no pasan muchos padres biológicos. Parejas mayores cogidos de la mano ya en los 80 y otras que estrenan besos apasionados, de cuando están de estreno. Se cruzan escenarios físicos también, como esa estatua de la Libertad plateada y kitsch del mini golf, justo debajo de la casa de los Navaja, con su arquitectura regionalista, tinte andalusí. El chiringuito de paredes encaladas, buganvillas asilvestradas, libros de segunda mano en cajas de fruta con el fondo de la estatua de las señoras gorditas de la escultura que honra a Picasso.
Hasta allí llega el grupo de pacientes del Hospital Marítimo, ese edificio con aspecto de estar en la India colonial, la mirada perdida con una esperanza esquiva, problemas mentales y cuerpos arrastrados, alguno con cicatriz de anorexia, animados por un personal admirable que los sienta un momento en el poyet0e para darles una gominola que logra el milagro de sacar sonrisas, antes de emprender el camino de vuelta jugando todos al veo, veo.
El optimismo y la vitalidad se logran mantener si conservamos cierta capacidad de asombro. Para conseguirlo es más fácil hacerlo ante un mosaico de diferentes viviendo en armonía, el pasmo ante la variedad, la estupefacción admirada ante lo diferente. Tres kilómetros y medio de paseo marítimo de Torremolinos logran así insuflar el mismo estado de ánimo glorioso que las pocas endorfinas logradas con un trote cochinero a ritmo de Tangana. El goce de vivir.
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