Un año para olvidar del que no hay que olvidarse
Carta del director ·
Hay que tomar nota de todo lo ocurrido, de lo malo y también de lo bueno, porque en esta pandemia todo y todos han quedado al descubiertoDesde este pequeño rincón del mundo que es Málaga nos asomamos al Mediterráneo con la esperanza de que la vacuna ponga fin a esta pandemia ... y con la certeza de que cada inyección será el ejemplo de esta gran éxito de la humanidad: la investigación en los laboratorios, su producción y su distribución por todo el planeta en un alarde logístico sin precedentes. Hay que valorar en su justa medida este esfuerzo colectivo global capaz de superar, al menos por el momento, ideologías, bloques e intereses. No debería extrañarnos que la ambición meta sus pezuñas en este reto planetario y asistamos a ejemplos miserables o a corruptelas vergonzantes. Sea como fuere es para estar orgullosos de esta carrera contrarreloj contra el Covid-19.
Ojalá esas primeras vacunas, esa primera inyección en la residencia de El Palo sea el comienzo de la reconstrucción, el principio de una nueva vida que afrontaremos con el tatuaje indeleble del virus, recordando a los que ya no están e intentando divisar la cima de la recuperación. Queda mucho camino antes de derrotar al coronavirus y muchos escombros económicos que reconstruir. Dicen los expertos que, desde el punto de vista de la economía, lo peor está por llegar. Puede ser. Confiemos que también en esto se equivoquen en sus predicciones, porque ya se sabe que los analistas económicos y los politólogos siempre aciertan en lo que ha pasado y se confunden en lo que está por pasar. Ojalá también.
Y quizá la primera de tantas enseñanzas es que no hay que olvidarse de este año para olvidar. Hay que tomar nota y calibrar la importancia de la sanidad, de los protocolos, de los planes de emergencia, de la investigación, de la precaución y de llenar la bolsa por lo que pueda pasar, de anticiparse a la catástrofe y de prepararse para lo peor. De la importancia de modernizar la educación, de digitalizar las empresas, de fortalecer los equipos, de diversificar y de convencernos de que cualquier cosa puede pasar. De hecho, cuando hace unos días el correo de Gmail sufrió una caída mundial, en la redacción nos preguntamos qué ocurriría si el mundo sufriera un apagón general de internet. Eso sí que paralizaría nuestras vidas. No es cuestión de ponerse catastrofista, pero no está mal mirar de reojo al futuro.
Hay que tomar nota, porque esta pandemia ha dejado todo al descubierto; y también a todos. Y me refiero a aquellas personas que pese al impacto del virus, a las decenas de miles de muertos y a la ruina económica no han tenido el menor reparo en seguir haciendo política partidista, en socavar los cimientos de la convivencia, en alimentar la división frente a la unión, a deteriorar las bases de la convivencia. Es triste que España sufra como hoy una crisis política e institucional construida sobre los cascotes de la pandemia.
En esta libreta de recuerdos para no olvidar hay que apuntar los ataques a la Monarquía Parlamentaria desde el propio Gobierno. Y no sólo desde Unidas Podemos, porque hay un sector del PSOE encantado de mecer la cuna de sus socios. Un destacado socialista andaluz me preguntó que por qué su partido no podía aspirar a instaurar una república en España. Mi contestación fue que claro que puede, pero que, de hacerlo, debería llevarlo a cabo por la vía constitucional y sin esconderse; lo que no es admisible -le dije- es trabajar por ese objetivo erosionando a las instituciones del Estado, con mentiras y falacias y sin dar la cara. La propia Constitución recoge el proceso para cambiar de modelo de Estado y eso, siempre que se haga desde la legalidad, no debe asustar a nadie.
Si hay una realidad que anotar es que en este año de pandemia el independentismo catalán y vasco se ha visto fortalecido frente a la unidad territorial gracias a su cercanía al Gobierno y que asistimos a un acoso indecente no sólo a la Monarquía Constitucional sino también al Poder Judicial. Si sumamos a ello la tendencia de este Gobierno a legislar por las bravas, sin apenas debate y despreciando a los agentes sociales, podemos concluir que hay un riesgo cierto de deterioro de la división de poderes y, por tanto, de la propia democracia.
Y en este mapa político los medios independientes son más necesarios que nunca, como quedó demostrado en los meses de confinamiento cuando algunas libertades individuales llegaron a estar comprometidas frente al rodillo gubernamental. Este país, como cada una de sus comunidades autónomas y sus ciudades, necesitan de un tejido social fuerte y comprometido, capaz de movilizarse, de reclamar sus derechos y, sobre todo, de dar la cara. Y para ello necesita de medios de comunicación identificados con esta sociedad y sus territorios y no tanto con el poder de los partidos o de las ideologías. Hace falta una prensa que sólo rinda cuenta a sus lectores y nunca a los poderes, sean políticos o económicos. Sólo así tendrán sentido.
Y desde Málaga contemplamos una Andalucía que ha sido capaz de aislarse de esa política tóxica de Madrid y librar una batalla contra el Covid-19 desde el trabajo conjunto y la moderación. Y ello ha sido posible gracias a su Gobierno y a los partidos de la oposición, pero también a ese tejido social que sabe identificar lo importante en cada momento. Por ello Málaga y Andalucía deben ser conscientes del papel que deben jugar no sólo en su contexto provincial y regional sino también en el nacional. Porque Andalucía es, quizá, una de las regiones que mejor representan la diversidad española.
Ahora que queda el camino más duro, es bueno repasar este bloc de notas y rearmarse para el próximo año con el convencimiento de que, como ha ocurrido con la vacuna, la mejor estrategia es el trabajo en equipo, la información veraz, la defensa de los valores constitucionales y la dignidad como andaluces para reclamar lo que es justo en cada momento y en cada lugar.
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