Odiadores
Lo de Díaz Ayuso y Bolaños, trasladado al mundo taurino, vendría a ser más o menos como un espectáculo de los bomberos toreros
El 2 de mayo madrileño se transformó en un 2 mayo mental, ideológico, patético. Al ministro Félix Bolaños lo interceptaron en su paso hacia la ... tribuna de autoridades. Órdenes de Isabel Díaz Ayuso. No quería espontáneos en su tribuna. Iba ella ataviada de semitorera. A Bolaños le dedicó el rejón y las banderillas de fuego. Esas que según dicen están prohibidas. Prohibidas en las corridas de toros pero no en las reyertas de la política más pobre. Lo de Díaz Ayuso y Bolaños, trasladado al mundo taurino, vendría a ser más o menos como un espectáculo de los bomberos toreros. Ayuso dejó claro en los días previos que el ministro de la Presidencia no iba a ser bien recibido en la conmemoración y el ministro de la Presidencia se presentó allí para ver por dónde saltaba la liebre informativa.
Su compañera Margarita Robles lo dejó atrás en la escalinata. Sin mirar atrás, como hacía Indurain cuando la carretera se ponía cuesta arriba y se desentendía de los desfondados de medio pelo. La faena estaba hecha. Ahora solo quedaba publicitarla y venderla, cada uno según su versión. Lo penoso es que en este episodio no ha existido una versión buena y otra mala. Las dos han sido malas. El 2 de mayo no es para ministros, según Díaz Ayuso. A excepción de que se trate de ministros del PP, según puede comprobarse revisando someramente la hemeroteca. Por su parte, Félix Bolaños hizo una exaltación al buenismo digna de Heidi o del abuelo de Heidi. Compungido pero digno, el ministro declaró que no pensaba comentar lo que había sucedido y que él, para dar ejemplo cívico, no iba a dar difusión a esa bajeza, que no iba a contribuir a que el mensaje de «los odiadores» se divulgara. Y lo hizo delante de una decena de micrófonos y cámaras de televisión. Una curiosa forma de no contribuir a la propalación de lo sucedido.
El ministro acudió, virginal, de buena fe, a homenajear al pueblo madrileño. Y se encontró con aquello. La presidenta de la Comunidad de Madrid, aún más virginal y más descarada políticamente que el cándido ministro, pretendía exactamente lo mismo. Rendir un sencillo homenaje a la ciudadanía madrileña, sin protagonismos, sin maniobrar, dejando todo el lucimiento a los héroes del día a día, esos que lo mismo deguellan a un invasor francés que sudan sangre para pagar la cesta de la compra. Elecciones a la vista, podríamos pensar. Pero, no. Lo sucedido no es consecuencia de una reyerta electoral. Es peor. Lo que ocurrió en la tribuna de autoridades madrileñas es lo que está sucediendo por demasiados rincones del país. Sencillamente es una forma rastrera, cuando no miserable, de entender la política.
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