Un nuevo sillar
Luis Utrilla Navarro
PRESIDENTE PROVINCIAL DE CRUZ ROJA
Lunes, 8 de diciembre 2025, 01:00
Sin ánimo de adentrar al lector en vericuetos filosóficos, me gustaría partir de la premisa, ampliamente aceptada, de que la identidad ya sea personal o ... colectiva, no deja de ser un constructo temporal fruto de la cultura, la geografía y la historia de las personas y los pueblos. Una identidad siempre abstracta, pero curiosamente apoyada habitualmente en los sillares graníticos y en las gigantescas construcciones de pirámides, templos, acueductos, puentes, etc., que han quedado como señas de identidad de mayas, egipcios, griegos o chinos. Pero a pesar del alarde que las diferentes culturas han hecho de su acontecer histórico con grandes obras materiales, es reseñable que la mayor parte de nuestra identidad esté forjada en base a elementos inmateriales.
Un buen ejemplo de ello podría ser la vinculación con el arte flamenco que ciudadanos de otros países hacen a los que habitamos la Península ibérica, y especialmente a los que formamos parte de esta parcela del sur peninsular que es Andalucía. Y así, con el discurrir de los siglos, el flamenco ha ido tomando carta de naturaleza identitaria atribuida por ajenos y aceptada por propios.
Reflexionando sobre esta poderosa y particular seña de identidad, son muchos los estudiosos que apuntan a que el origen del flamenco bien pudiera estar en los ritmos y sones de la música india. Fue la migración de aquellos pueblos del Punjab a través de Persia, el Cáucaso y la costa mediterránea, la que articuló una música que terminó de armonizarse con la cultura de los pueblos que habitaban Al Andalus por aquel entonces. Seis siglos después, permanentes y profundas transformaciones han hecho del flamenco una de nuestras referencias culturales.
Y gracias a su fortaleza y vitalidad, ese flamenco tan nuestro, cuyo Día Internacional acabamos de celebrar, sigue hoy su recorrido como patrimonio inmaterial de la humanidad por otras geografías tan distantes como el lejano Oriente o los países americanos, donde de nuevo se fundirá con otras culturas y conformará otras raíces que otros pueblos tienen como propias. Y fue en ese permanente fluir del río de la migración, como llegaron hasta nosotros las culturas de fenicios, tartesios, griegos y romanos, que se fundieron con la esencia de los íberos y visigodos que les precedieron. De modo que lenguas, religiones, filosofías, músicas, han ido cincelado nuestro ser. Industriales, llegados de la sierra de Cameros; comerciantes de Boston; pintores valencianos; poetas castellanos, junto con los que aquí estaban en el solar de la historia de nuestra ciudad, han ido levantando cada año, cada década, cada siglo, el edificio de la cultura malagueña, de su economía, de sus costumbres e, incluso, de su lengua.
Hoy, del mismo modo que hemos hecho siempre, en esta tercera década del siglo XXI, los grupos humanos seguimos nuestra permanente y enriquecedora peregrinación en busca de mejores condiciones de vida, de seguridad para nuestra familia, de progreso para nuestros hijos.
Hoy, seguimos llevando nuestra cultura allá por donde vamos y allá donde nos asentamos. Y es por esa misma razón por la que también hoy, son miles las personas que llegan a nosotros cargados de su personal bagaje cultural, de lengua, música o literatura, que enriquece lo que entendemos por cultura propia.
Porque nuestra identidad no es una esencia destilada en un alambique. Nuestra identidad es fruto del mestizaje, de las migraciones, de los cambios geográficos. Somos un palimpsesto de cuantos hicieron durante siglos de este paisaje su hogar y su casa, que hoy consideramos nuestra. Somos tan sólo una pequeña nueva pátina del tiempo que cubre nuestras montañas, nuestros ríos y nuestras playas. Y es precisamente esa constatación del paso inexorable del tiempo el que debe movernos a cambiar nuestra mirada hacia los que llegan de fuera. Una temporalidad que hace que lo que un día fue nuevo, digno de observación, incluso sorprendente, se convierta por la magia del calendario en cotidiano y cercano, y que pase a formar parte de lo nuestro, que parece que a veces olvidamos.
Vivimos tiempos convulsos en los que desde Cruz Roja consideramos necesario recordar de dónde venimos, para saber quiénes realmente somos, y tender la mano amiga a cuantos lo necesitan, mujeres u hombres, negros o blancos, nacionales o extranjeros, oriundos o migrantes. Porque a la par de los elementos culturales, religiosos y políticos que configuran nuestra identidad actual, quizás sea el paisaje, la geografía o el clima, los elementos sustantivos en ser quienes somos. Algo que nos iguala a todos, los nacidos aquí y los que hemos llegado de fuera.
Por todo ello, es peligroso oponerse al fluir del tiempo e intentar regresar a un pasado, cercano o lejano, que casi siempre nos aboca a una melancolía de lo que NO fuimos. Dediquemos nuestros esfuerzos a colocar un nuevo sillar del edificio de nuestra identidad, que se sume a los pilares que hemos recibido de nuestros padres, que nos cobije a todos, y que consolide el futuro que dejaremos a nuestros hijos. Un nuevo sillar construido con las manos de los que hoy estamos aquí y de los que llegan cada día hasta nosotros.
Porque todos estamos en un mismo barco, y navegamos con un mismo rumbo, en el que debemos dejarnos guiar por el timón de la solidaridad y la humanidad.
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