Necesitamos niños. Por muchas razones, que no se trata solo de ver quién nos paga las pensiones, ahora que la prima de riesgo vuelve a ... sentarse en la mesa y la deuda empezará a comerse a bocados enormes los presupuestos. No. Eso no tiene arreglo con los niños que pudieran nacer ahora. Los necesitamos hoy porque un país con niños cree en el futuro -disculpen el tono mitinero-, porque es bueno que haya adultos con una carga de responsabilidad extra que les hará actuar con prudencia y con arrojo cuando haga falta. Porque observar a los niños tiene un efecto estimulante, como sabemos los que nos quedamos embobados viéndoles hablar con sus padres camino de una guardería, los que tenemos la suerte de tener una cerca. Porque las familias grandes, con todas sus movidas, son una red en la que los problemas se comparten y las alegrías se multiplican, donde se aprende a ayudar. Sí, que todo suena muy cursi, pero es necesario recuperar el prestigio de la familia en una época en la que se transmite que la paternidad es una lucha épica contra los elementos. Y no. En España en 1939 nacieron más niños que ahora. Imaginen aquel panorama de bebés criados en la posguerra, con cartillas de racionamiento.
Los datos del Instituto Nacional de Estadística están ahí y no son muy halagüeños. Seguimos yendo muy mal en los índices de fecundidad. La tentación más fácil en el análisis es dar un brochazo gordo, como el que habla de que la precariedad en el empleo y la falta de viviendas en alquiler es la causa fundamental de que se tengan pocos hijos o ninguno. ¿De verdad? ¿Y entonces cómo es posible que sean las madres extranjeras las que tengan más hijos en España? ¿Por qué en países como Suecia, con más ayudas, tampoco la natalidad es para lanzar cohetes? ¿Qué hace que las familias de inmigrantes tengan más? ¿Cómo llegan ellas a fin de mes? ¿Cómo lo consiguen ciertos grupos católicos que siguen trayendo los hijos que, en su opinión, Dios les manda? Si sólo fuera una cuestión de seguridad laboral y económica, ¿sabemos acaso si los matrimonios de funcionarios tienen más? ¿Los trabajadores de Mercadona que desde jóvenes son fijos en la plantilla? Pero me da que preferimos andar por la vida con opiniones confeccionadas a nuestra medida que interpelar a una realidad que, por ejemplo, nos dice cómo ha aumentado de manera estratosférica el gasto en celebraciones de bodas y en cuidados de mascotas.
Cuando te empiezas a hacer estas preguntas en público, lo normal es que muchos vengan con las diferentes percepciones de lo que significa tener las necesidades básicas cubiertas. Ya sabemos, la pirámide de Maslow y cómo, a medida que tenemos más dinero y menos angustia por la mera supervivencia, cambian lo que consideramos requisitos básicos para ser felices o tener una familia. Y ahí está parte de la madre del cordero. El otro día, en una red social, un padre me decía que para él era imprescindible viajar y que estaba muy contento al comprobar cómo se acordaba de Londres su hijo de seis años, que visitó la capital británica con tres. Confieso que me acomplejó un poco, porque los niños de mi alrededor no tienen esa capacidad de rememorar recuerdos tan lejanos y a mí me cuesta cada vez más acordarme de cómo era atravesar La Mancha en coche en verano, con parada en la piscina de La Perdiz y diez años.
Los datos del Instituto Nacional de Estadística están ahí y no son muy halagüeños
Es cierto que los niños de ahora precisan, o eso creemos, de más cuidados que los de antes. Lo que no está tan claro es si creemos que los necesitan porque, precisamente, son menos y nos volcamos con ellos. Entramos así en el círculo vicioso de pensar que, dado que requieren tal cantidad de nuestro tiempo, mejor que tengamos pocos. O no. Convendría hablar más con los abuelos. O preguntarnos sobre nosotros mismos.
¿Hacían nuestros padres unos menús en los que tenían en cuenta hidratos, proteínas y azúcares, como recomiendan estanterías enteras de librerías? Conozco a unos hermanos que cenaban a diario tortilla de patatas y no padecen ahora mismo, casi en los 50, problemas de salud serios. ¿Hacían nuestros padres los deberes con nosotros? ¿Se sentaban todas las tardes y preguntaban en otras casas, por teléfono fijo, por las tareas? ¿Nos llevaban a tantas extraescolares? ¿Nos acompañaban a las competiciones deportivas semanales? Bien es cierto que salíamos a las cinco de la tarde del colegio. Y, nuestros padres, los que tuvieron la fortuna de llegar hasta los 18 escolarizados, salían a diario a las siete de la tarde, salvo los jueves, pero iban los sábados por la mañana. Ha sido un fenómeno curioso comprobar cómo, a mayor incorporación de la mujer a los trabajos fuera de casa, se ha ido acortando la jornada escolar y, claro, alargando la extraescolar, o sea, todo ese conjunto de actividades que van de la guitarra al baloncesto, de la robótica al judo y que precisan de padres chóferes. Quizás ahí exista también una de las claves del declive de la natalidad. Pero, no, ya sabe, es mucho más fácil culpar a la precariedad laboral y el precio de la vivienda que meterse con los sindicatos docentes.
En el análisis de brocha gorda tampoco se habla habitualmente de la cantidad de mujeres que no pueden tener hijos porque han encontrado con quien tenerlos cuando los óvulos ya no son lo que eran. Está muy claro que tanto hombres como mujeres con internet y unas vidas sociales diferentes disponen de una oferta de pareja más abundante que nunca, pero ¿significa eso que se estén comprometiendo antes y de manera más estable? No dicen eso las estadísticas. Cada vez es más raro acabar casado o emparejado con compañeros de instituto o de universidad y más frecuente con conocidos en bares y 'on line'. Los mismos datos nos dicen que ese tipo de parejas tienen una duración más limitada que antes.
El análisis sobre la causa de la caída de la natalidad nunca puede ser simple. En cualquier caso, necesitamos a esos niños. Dejar esa causa en manos de la derecha más religiosa es un error. Nos atañe a todos. Podemos empezar a difundir que los hijos no son una condena. Incluso con campañas de marketing ingeniosas. Que no, que no es neorrancio. Es supervivencia. Con un hijo por pareja no basta.
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