Móvil sospechoso
Cruce de vías ·
No hay consuelo para los sospechosos. Yo tampoco encuentro solución para arrebatarle ese fantasma del cerebroSalgo del avión y todos los pasajeros dan la orden al teléfono para que se asiente en tierra. Un taxi me lleva al centro de ... la ciudad. Por el camino, el conductor responde a las llamadas en voz alta sin importarle desvelar su propia intimidad. A través de la ventanilla observo una larga fila de personas que observan devotamente la pantalla del móvil como si estuvieran leyendo las oraciones del libro sagrado. Al llegar al hotel dejo el equipaje y acudo a la cita con un viejo amigo. Está solo, serio, sentado en la terraza de la cafetería y pendiente del comportamiento de los clientes que ocupan las demás mesas. Al verme llegar sonríe, se pone de pie y me abraza como si hubieran transcurrido siglos desde la última vez que ambos coincidimos. En la mesa de al lado hay una pareja que no para de pulsar los botones de sus respectivos móviles. A mi amigo le sale del alma confesar que no soporta los móviles y teme que algún día ese dichoso aparato provoque su divorcio. Me desvela que Carmen pasa el día enviando mensajes y que él no puede evitar sentir celos de la persona invisible que está al otro lado. Yo procuro quitarle importancia argumentando que lo más probable sea que Carmen simplemente consulta alguna duda u ojea cualquier noticia de prensa. Lo consuelo con estas palabras aunque en el fondo pienso que yo también sentiría curiosidad por conocer al ser anónimo que recibe los mensajes. La pareja de al lado sigue dialogando en silencio con diferentes personas que no están delante. Entonces me doy cuenta de que en la mesa hay dos jóvenes presentes y dos que están ausentes y entre los cuatro seguro que existen mundos misteriosos por descubrir. Pienso que la imagen del engaño no tiene rostro ni identidad, consiste en algo oculto que no responde a ningún nombre. Un vacío que va rellenando la imaginación del que se siente engañado. Recuerdo aquella película en la que alguien sorprende a su pareja andando por la acera de enfrente, la llama al móvil y ve cómo mira la pantalla sin contestar. Al instante entra en un portal y el teléfono permanece apagado el resto de la tarde. Lo tengo claro, dice mi amigo. Supongo que se refiere a las ondas electromagnéticas que trazan la figura del desconocido que absorbe la relación que existía entre Carmen y él. No hay consuelo para los sospechosos. Yo tampoco encuentro solución para arrebatarle ese fantasma del cerebro. El azar es algo increíble, lo digo porque justo en ese momento pasa su mujer por la acera de enfrente, igual que en la película. Mi amigo la llama y ella no coge el teléfono, como si no lo oyera. Lo llevará en silencio, pienso. Entonces grito su nombre, ella se vuelve y al verme sonríe feliz.
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