El modulor y la pandemia

Los hombres gustan estar mejor acompañados que solos, más aun en nuestro Mediterráneo. Necesitan un espacio reducido para dormir, pero también muchos otros donde ir a conversar y celebrar con otros, tanto en los pueblos, con sus plazas y cementerios, como en los barrios de las ciudades, con sus calles y paseos, tiendas y ferias, cines y teatro.

¡Bares, qué lugares!, cantaba Gabinete Caligary. Todos aquellos espacios donde el hombre gusta encontrarse los convierte en lugares. Lugares que con su habitar construye, para que otros vengan después a diseñarlos.

Hay que repensar el teatro y el cine. Más aun después de ver el adefesio del Congreso con diputados en uno de cada cuatro asientos. Los patios de butacas no se entienden ocupados a un tercio. La grada de nuestra plaza de toros, nieta del anfiteatro romano, debe sentirse acorde a nuestra sociedad de hoy. En la tierra donde nació el cine, la gente gustaba de ir en su coche a todas partes, así nació el 'drive-in', el autocine.

Lo que los arquitectos construimos, mejor o peor vestido, es simple contenedor de la verdadera sustancia arquitectónica, su vacío interior. Para el mundo antiguo, el espacio era lo que rodeaba al hombre, lo que roza nuestra piel y nos circunscribe, el círculo que dibuja Leonardo da Vinci enlazando las manos y pies de un modelo humano.

Arquitectos y estudiantes debemos afinar nuestro estudio, en esa piel que nos envuelve. Basado en el círculo que dibuja Leonardo, Le Corbusier propone un modelo de medidas para el habitante de interiores del siglo XX: el modulor. En el 2020, en un mundo alerta y sin vacuna, afloran nuevas proporciones sobre nuestros espacios de convivencia, distancias de 2x2 para las mesas, de 4x4 para la gente sobre las playas... Nuestra industria de visitantes precisa soluciones habitacionales. ¡Urge pensar el modulor de la pandemia!