Minipisos: ¿solución o síntoma?
El proyecto para construir en Málaga dos mil viviendas de entre 35 y 50 metros cuadrados invita a refexionar sobre el cambio de paradigma del modelo de hogar e, incluso, de su impacto en la salud y la vida familiar
El alcalde de Málaga, Paco de la Torre, ha puesto en marcha un proyecto para la construcción de pisos protegidos de alquiler de entre 35 ... y 50 metros cuadrados, con una renta máxima de 500 euros al mes, con el objetivo de aliviar en parte las enormes dificultades para acceder a una vivienda. El Consistorio ha seleccionado una veintena de solares que se cederán a promotores privados para que construyan y exploten las viviendas. Al margen del rifirrafe político, que pierde interés porque no se sale de la habitual e inconsistente confrontación entre partidos, esta medida tiene, sin lugar a dudas, aspectos positivos, pero al mismo tiempo invita a la reflexión sobre la tipología de las nuevas viviendas, sobre el modelo de ciudad y también sobre el impacto que puede tener en la vida familiar y personal.
Es un asunto que trasciende lo local y que ocupa y preocupa en muchos lugares del mundo. Esta proliferación de los conocidos como 'minipisos' también es una realidad en ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Sevilla y, por supuesto, en las grandes capitales del mundo. La razón es múltiple: el encarecimiento del suelo, el aumento del precio de la vivienda, el auge del alquiler turístico, la atomización de los hogares (cada vez más personas viven solas) y la falta de alternativas para jóvenes y trabajadores temporales.
Lo que más llama la atención es la normalidad con la que aceptamos estos cambios tan radicales de nuestro estilo de vida y que generalmente nos venden con amigables y entrañables campañas de marketing que pretenden convencernos –y habitualmente lo hacen– de las supuestas y extraordinarias ventajas de vivir peor o, al menos, de forma diferente. Basta una reunión de imaginativos publicistas para crear conceptos como los de 'coliving', 'coworking', 'nesting', 'flex living' o, y estas sí que son para premio, el salario emocional o el 'coduching', que no es más que ducharse juntos para ahorrar electricidad, una variante de la propuesta de Paco de la Torre de ducharse con 12 litros de agua.
Se trata, al fin y al cabo, de que interioricemos que la carestía, sea cual sea, es una suerte de modernidad, porque así somos más 'friendly' y más 'happies'. Es que creamos que el 'cocooning' –la decisión de quedarse en casa en vez de salir los fines de semana– es porque es tendencia y no porque no se llega a final de mes y el bolsillo sólo da para una pizza y un maratón de series.
Pero, volviendo a los minipisos, este tipo de viviendas plantea un cambio profundo en el modelo residencial que ya es una realidad incluso en apartamentos de más de medio millón de euros. Una vivienda de 35 metros cuadrados o poco más se aleja del ideal tradicional de hogar con varias habitaciones, cocina independiente y espacios de convivencia. Son viviendas pensadas para estancias cortas, para personas solas o como inversión para alquiler.
Hay ya teóricos que hablan de una idea cuando menos inquietante: el concepto de «hogar» empieza a diluirse en favor de un espacio funcional, reducido al descanso, la higiene y la conexión digital. La cocina —tradicionalmente el corazón de la casa— pierde su papel central de convivencia. En algunos casos, se sustituye por una pequeña encimera, un microondas o incluso por el acceso a zonas comunes compartidas. Es como el corralón o la casa patio del siglo XXI revestida de muchos anglicismos acabados en 'ing' y disimulados bajo un rockódromo comunitario que, como si de una bicicleta estática en casa se tratase, nadie utiliza.
Este nuevo urbanismo en miniatura puede influir en la configuración de la vida familiar. ¿Cómo formar un hogar, criar hijos o mantener vínculos afectivos duraderos en 35 metros cuadrados? ¿Estamos ante un modelo de vivienda que renuncia a la vida familiar tradicional o que, directamente, la imposibilita? No cabe duda de que la soledad y la salud mental son algunos de los elefantes que deambulan por esta habitación.
Sociólogos y urbanistas alertan de que la reducción del espacio habitable no solo responde a razones económicas, sino también a una transformación de valores: la movilidad, la inmediatez, el desapego material y la priorización de experiencias frente a posesiones están moldeando también nuestras casas y nuestra forma de vida.
Y al final, como casi siempre, las preguntas que se planean sobre este debate son políticas: ¿Qué tipo de ciudades queremos construir? ¿Hacia qué modelo de convivencia avanzamos? ¿Estamos preparados para este nuevo mundo?
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