MILAGRO EN MARBELLA
Hay quienes no creen en los milagros. Les parece que todo, absolutamente todo, está regido por las leyes de la naturaleza y que, si éstas ... sufren alguna transformación es por la acción humana. Es innegable que hemos avanzado y bastante, progresado. Hemos modificado la inexorabilidad de la muerte, por ejemplo, alargando el período que estamos por aquí al doble en pocos decenios y que, según Yuval, no mi compadre sino el gurú de los tiempos modernos, llegaremos a considerarla no como el designio del destino -aquello de suerte y mortaja del cielo baja- sino como un simple fallo técnico de difícil o imposible reparación. Es verdad que debido a la profundización de los estudios, el campo milagroso se ha ido reduciendo porque fenómenos que eran inexplicables se colgaban automáticamente a ese ámbito y hoy científicamente se les ha encontrado otro significado. A lo mejor si la Abogacía del Diablo -no me refiero a la Abogacía del Estado que tan de moda ha estado en estos días y que es otra cosa y nada tiene que ver con el demonio- se dedicase a reabrir expedientes de canonización de muchos santos dejaría a algunos en un tenguerengue porque aquello que se les atribuye no era para tanto y con penicilina se habría arreglado. Es un pensamiento impío que ruego se tenga por no escrito.
A pesar del avance de la ciencia, creo firmemente en los milagros. No sólo en aquellos que permiten a muchos a vivir de ello, mantenerse con mucha dificultad, dice la Academia, generalmente por razones económicas, añado modestamente. También en el acaecimiento de hechos no explicables por las invocadas leyes naturales y que atribuimos, los creyentes, a la intervención sobrenatural de un ser divino que nos protege. Les explicaba el otro día a los pequeños de mi familia que tener esta convicción era hasta más cómodo que pensar que somos unos desgraciados al pairo y que nadie se preocupa de nosotros cuando realmente lo necesitamos. Porque la seguridad social está bien pero tiene un límite. Como todo, hasta la provincia de Badajoz, como diría don Rafael.
Hace unos días, sucedió un milagro del que fue protagonista Alvarito. Sujeto pasivo pero fundamental. Confío que su señora madre se haya repuesto del susto. No sé si una persona con el corazón débil habría podido evitar el infarto. Quizá se produjeron dos milagros. La caída incólume y nada esperable descubierta desde la altura y el descenso de la progenitora a través de medios convencionales, escalera comunitaria, ascensor, no como el chiquillo que involuntariamente eligió la vía rápida. Esa bajada, sin una parada cardiorespiratoria perfectamente esperable, configura la segunda situación de gozosa ocurrencia pero inexplicable. Pero alguien me dirá que no es necesario que Dios exista, que basta con poner un tendedero debajo de cada balcón.
Espero que la mamá vaya recopilando toda la información periodística sobre el suceso. La invito a que haga lo propio con este modesto artículo. También los informes médicos y los partes policiales, si es que los hubo que seguro que sí. Que plastifique todo, saque varias copias y las archive en una caja fuerte. Es que el pobre niño necesitará demostrar documentalmente que el milagro acaeció porque transcurridos unos años, nadie se lo creerá. Cuando vaya a la escuela sus compañeros creerán que se siente el Capitán Marvel y le dirán Shazam que es la fórmula que empleaba el personaje para echarse a volar invocando a Salomón y otros hermanos mártires. Cuando lleve a su novia al pie del edificio donde vivía de infante y le diga, mira, amor, cuando pequeño me caí de esa sexta planta, quizá la muchacha pensará que está tratando de hacer méritos para que ella eche a volar su imaginación. Tendrá que acudir a la hemeroteca y demostrar que sí, que cayó y que sobrevivió sin contusiones ni mayores consecuencias.
Estuve atento al resultado de la lotería de Navidad pero no cayó el gordo en Marbella. Cayó Alvarito. Mucho mejor.
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