El presidente del Gobierno, un máquina 'whatsappeando'
La publicación de las conversaciones de Pedro Sánchez con Ábalos son, simplemente, un ejemplo más de la vulgarización de la política y del deterioro del sentido institucional de los cargos públicos
Allá por 2011, José Luis Rodríguez Zapatero dijo en una entrevista que cualquiera «con muchas ganas y una idea básica de país» podía llegar a ... ser presidente del Gobierno independientemente de su cualificación. «La democracia no es una oposición ni una meritocracia ni una aristocracia», comentó. Esta frase, analizada en su contexto, trata de ensalzar el valor de la democracia y tiene poca discusión, pero esconde entre líneas una nueva forma de entender la política que se ha extendido durante los últimos años.
Efectivamente, todo español mayor de edad y que no esté inhabilitado por un juez para ejercer empleo o cargo público puede ser presidente, pero eso no significa que cualquiera pueda serlo, porque ese cargo institucional requiere, o al menos eso pienso, una serie de cualidades, valores y habilidades que no están al alcance de todo el mundo. Es decir, no se debiera trivializar el acceso a los altos puestos de representación del Estado como parece que últimamente está ocurriendo, porque así se debilitan las propias estructuras y, sobre todo, la percepción que los ciudadanos tienen de ellas.
Ser presidente del Gobierno, diputado de las Cortes o senador del Reino de España, así como otros muchos cargos públicos, significan una responsabilidad importante y requieren un comportamiento acorde con ese nivel de representación. Y esto, que para algunos puede ser una opinión de tiempos pasados, se basa en la importancia de los símbolos y del respeto institucional que está sufriendo un proceso de degradación que, inevitablemente, cambia la forma de entender la política y las instituciones del Estado.
La reciente publicación de las conversaciones por Whatsapp de Pedro Sánchez con Ábalos, en la que ridiculiza e insulta a miembros de su propio Gobierno y cargos públicos de su propio partido no tienen por el momento trascendencia legal, pero sí son el enésimo ejemplo de la vulgarización de la política. Es verdad que todo el mundo tiene derecho a la vida privada, pero una persona que ostenta el cargo de presidente de todos los españoles no debiera comportarse como un hooligan en la barra de una taberna, ni siquiera en una esfera semiprivada. Es, y sirva como apoyo a esta argumentación, como cuando el director de la Guardia Civil apareció en calzoncillos, en unas fotos publicadas por Interviú, durante una fiesta privada con unas amigas. Este tipo de cargos públicos conlleva muchos privilegios de los que, como es normal, hacen uso y gozan todos ellos, pero también debería acarrear una serie de servidumbres que, visto lo visto, a muchos de nuestros políticos no les gusta soportar.
Hemos observado numerosas escenas en las sesiones del Congreso que nos abochornan y que, lamentablemente, ya no nos extrañan. Hemos visto a la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por ejemplo, llamar supuestamente hijo de puta al presidente del Gobierno, y a la bancada de todos los partidos comportarse como macarras, mentir, vociferar e insultar. Y todos tan contentos. Porque ellos, o al menos la mayoría de ellos, se exhiben felices y orgullosos de sus ocurrencias sin percatarse de la vergüenza ajena que muchos sentimos. Sí, ellos, y no los ciudadanos, han convertido el Congreso en un circo de mal gusto.
Ya sabemos que tenemos un presidente que es un máquina 'whatsappeando' y ridiculizando a cuantos osan ponerse en su camino, como una exhibición de abuso de poder que, en este caso, inquieta y mucho. Sabíamos de su afición a intentar cambiar titulares; ahora sabemos cómo se las gasta el 'pájaro', uno de sus adjetivos predilectos, cuando no encuentra una alfombra roja a su paso.
No se trata de escandalizarnos, porque no deja de ser una ventana que nos enseña la zafiedad de la política, pero sí debería hacernos pensar en manos de quiénes estamos y qué intereses inspiran sus acciones. Porque de lo que podemos estar seguros es que para muchos esto de la política no es más que una forma de conseguir, disfrutar y aprovecharse del poder. Lo demás, eso de la responsabilidad, el servicio público y el decoro institucional, ya para otro día.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.