

Secciones
Servicios
Destacamos
Tuve un profesor en la Universidad que se pasó todo el curso diciéndonos que eso de Internet sería flor de un día y que en dos o tres años ya nadie hablaría del Explorer, uno de los primeros navegadores de la red. Sería un buen ... estudioso de la antropología, pero como visionario se ganó un suspenso. Un cero patatero.
Es uno de los muchos ejemplos que podríamos contar sobre la resistencia a los avances tecnológicos de nuestro tiempo. El miedo al cambio lleva a muchas personas a atrincherarse en su pequeño mundo con tal de no tener que modificar su forma de vivir, de pensar o de trabajar. Y si pasó con Internet ahora ocurre igual con la inteligencia artificial (IA), que para muchos es un diablo con cuernos, rabo y un tridente. Es cierto que resulta inquietante el impacto que la IA va a tener en nuestras vidas, pero no tanto por el tipo de tecnología sino por el uso que se haga de ella.
De lo que no cabe duda es que la IA abre una era en la que el mundo y nuestras vidas cambiarán –de hecho ya lo está haciendo aunque no nos percatemos de ello– de manera radical. Resulta apasionante pensar cómo la humanidad se va a enfrentar a este reto y hacia dónde nos va a llevar. Y, sin ser experto, uno intuye que el impacto va a ser muchísimo mayor que el que tuvo la máquina de vapor o el propio Internet.
La sanidad, la educación, las relaciones sociales, los empleos, la investigación, la tecnología... Todo, absolutamente todo se verá afectado –y creo que de manera positiva– por la IA. Por ello resulta absurdo resistirse y mucho más –he asistido a algún ejemplo– despreciarla o minimizar sus efectos. De la misma forma, puede ser un error intentar regularla a toda costa y en exceso antes, incluso, de saber sus aplicaciones.
Resulta evidente que con la IA se cometerán atropellos e incluso delitos, pero eso no puede ser la excusa para ponerle puertas a este mundo infinito e imparable. Habría que concentrarse en detectar sus bondades y en estar alerta sobre sus peligros. La IA nos va a obligar a un extraordinario esfuerzo de adaptación y de cambio en nuestra forma de pensar para el que dudo que estemos preparados.
Cada vez será más difícil detectar lo que es real y lo que no, lo que es cierto y lo que no lo es. El mundo virtual va a entrar –ya está entrando de hecho– como una locomotora en nuestras vidas. Esta semana me ha impactado el asunto de los avatares, lo que en redes suelen llamar 'avatar soul' (algo así como alma avatar). La IA crea personajes cuyo realismo asusta, tanto en fotografías como en vídeos, hasta el punto de que muchas de las nuevas influencers de las redes son avatares, personajes del mundo virtual a las que sus creadores sitúan en viajes por el mundo, desayunando en París, posando como modelos, vistiendo ropa de lujo o yendo al gimnasio. Y lo más sorprendente es que alcanzan cientos de miles de seguidores y las marcas se las rifan para sus campañas de publicidad.
Por si fuera poco, uno mismo puede crearse su propio avatar y hablar en todos los idiomas o desde cualquier rincón del mundo con un realismo que da miedo. Sepa que muchas de las cosas que ve en redes no son reales y usted ni se da cuenta. Y eso abre la puerta a un mundo desconocido y desasosegante en el que tendremos que aprender a vivir y sobre el que tendremos que enseñar a las nuevas generaciones. Porque aún no sabemos cómo afectará ese mundo irreal y virtual en la personalidad de los más jóvenes.
Pero esto es una anécdota insignificante frente a la aportación que la IA puede hacer, por ejemplo en la investigación médica y tecnológica. Dicen quienes saben que se podrán curar enfermedades para las que hoy no hay remedio y que la capacidad de prevención será impresionante. El mercado laboral se va a transformar y habrá que adaptarse con rapidez y eficacia. Pero sobre todo sin miedo y con la certeza de sus beneficios si se utiliza bien.
Como siempre, la realidad empieza a superar la ficción de aquellas primeras películas que nos hablaban de la inteligencia de esas máquinas que hoy están aquí y con las que el ser humano tendrá que convivir. Es un reto, por tanto, subirse al cohete del desarrollo y, al mismo tiempo, proteger y potenciar el valor de esas cualidades intangibles, de esas emociones e instintos que desde la aparición del ser humano le convirtieron en el animal más especial de la Tierra. Y del universo, aunque de esto último no tengamos certeza. Ni siquiera a través de la inteligencia artificial.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.