El error de la superioridad moral frente a los jóvenes
Resulta ridículo escuchar la retahíla de críticas a las generaciones Millennial y Z por rebelarse indignados contra el mundo que les quieren imponer
Reconozco que siento vergüenza ajena cuando escucho a señores y señoras que ya han traspasado de largo los 50 años pregonando, con una superiodidad modal ... espantosa, una retahíla de críticas a los jóvenes de estos tiempos por el simple hecho de no comportarse como a ellos les gustaría. Es, además de un ejemplo de ignorancia, la demostración de que son incapaces de leer y entender la actualidad y, peor aún, de empatizar con las aspiraciones de los que transitan entre los veinte y los treinta años.
Esto no es nuevo, porque allá por los años 70, los adultos de entonces se echaban las manos a la cabeza por las actitudes irreverentes de los jóvenes –los que hoy son sexagenarios–, por su irrefrenable necesidad de rebelarse contra lo establecido, por pensar de forma diferente. Es curioso que la generación transgresora de los años 80, la que coqueteó con la heroína y otros psicodélicos, la que se echó en brazos de la provocación, la libertad sexual y la cultura 'underground' ponga hoy el grito en el cielo por el simple hecho de que los jóvenes de hoy quieren ser como ellos pero a su modo, sin imposiciones ni reglas. Y más aún porque, precisamente, los adultos de hoy no podemos dar muchas lecciones.
Hay quienes pretenden reescribir el tardofranquismo y otorgarle un halo de rebeldía que en muchos casos sólo está en su imaginación y se otorgan una superiodidad moral injustificada frente a la que los jóvenes se rebelan.
Las dos generaciones hoy protagonistas son la Millennial (generación Y), los nacidos entre 1981 y 1995, y la generación Z, a partir de 1995 hasta 2012, aproximadamente. Estos chicos han heredado en España un futuro en el que se les recuerda permanentemente que vivirán peor que sus padres, en el que tendrán enormes dificultades para acceder a una vivienda y para independizarse, en el que convivirán con la precariedad laboral y con salarios bajos y, sobre todo, en el que se tendrán que acostumbrar a la incertidumbre. Algunos vivieron parte de su adolescencia confinados por la pandemia, otros sufrieron en casa el impacto de la crisis de 2008 y ahora, además de todo lo comentado, se enfrentan al cambio de era por la inteligencia artificial.
A mí me resultan generaciones –la Y y la Z– admirables, capaces de construir un modelo con valores y principios sólidos, basados en la igualdad, la sostenibilidad y la diversidad. Quieren otro mundo, diferente al que han heredado. Y eso es lógico y saludable.
Ellos tienen otras prioridades, como nosotros, los adultos de hoy, tuvimos otras diferentes a las de nuestros padres. Ellos quieren conciliar su vida personal con la profesional y valoran el tiempo casi más que el dinero. Quieren trabajar para vivir y no vivir para trabajar y eso parece muy razonable. Para ellos, creo yo, todo se complementa: la vida personal, social y laboral tienen que satisfacer de la misma forma y ninguna debe quedar supeditada a otra.
Es verdad, como en todos los tiempos, que hay riesgos de posiciones extremas que, en mi opinión, no se pueden generalizar. Asumámoslo: si hay un sector de la juventud que reacciona ante los posicionamientos relacionados con la inmigración o el feminismo o con postulados históricamente de la izquierda habría que pensar que algo hemos hecho o estamos haciendo mal. Sería un ejemplo de narcisismo generacional patológico pensar que el mundo de hoy es maravilloso para los jóvenes. Pues no.
Y la mejor manera de defender valores de tolerancia, igualdad y diversidad es asumir sin prejuicios ni imposiciones debates tan complejos y con tantas aristas como la inmigración o la convivencia.
Si algo no toleran las generaciones más jóvenes es que les engañen, les manipulen o les impongan ideas, vengan de sus padres, de sus maestros o de sus gobernantes. Y eso es lo que está pasando ahora en España.
Si hay un sector de la juventud que está volviendo su mirada a posiciones más conservadoras, será por algo. Y ese algo es en el que hay que centrarse para analizarlo y entenderlo. La mejor manera de combatir posiciones extremistas –de un lado y de otro– es conocer cómo se ha llegado hasta ellas.
Sería un error pretender generalizar o polarizar también a la juventud por su forma de pensar y de vivir, fomentar las trincheras ideológicas y la confrontación, como estamos haciendo desde hace años los adultos, permanentemente convencidos de estar en posesión de la verdad.
Sobra nostalgia y falta fe en el futuro. Personalmente confío más en los jóvenes que en los adultos hoy. Sólo hay que echar un vistazo a como está el mundo para darse cuenta y reconocertodos los errores que hemos cometido.
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