Hubo un tiempo que decir rascacielos era decir Nueva York. Ahora pujan por esa primicia imaginera un montón de ciudades entre el golfo pérsico y ... el mar de China.
El rascacielos de nuestra reciente modernidad no solo fue un desafío a la altura en los edificios. Hizo, como nunca hasta entonces, extrovertida la arquitectura, enmarcando su interior con horizontes abiertos.
La torre gana cuanto más alta. Y más, desde que en ella, no importa a partir de que planta, el horizonte es completo. Un gran atractivo de las oficinas de torre Picasso en Madrid es en los días claros, ver despegar los aviones en barajas con los pies en la vertical de una acera de la Castellana. La ventana total tras la mesa de despacho afianza la sensación de poder del ejecutivo que habita la altura. Esa sensación de poderío viene del dominio sobre todo lo visible que otorga la total transparencia.
La arquitectura se apoya en el material y se eleva por la técnica. La depuración de la técnica llevó al vidrio a salir de las ventanas de los edificios para convertirse en el propio muro. La irrupción de los acondicionadores de aire hizo inútil el hueco en su razón de abrir y cerrar el muro para dar paso al aire. El edificio mejoró en solidez y limpieza de líneas. Ganó el objeto, pero perdió la arquitectura del hombre.
El buen vestir nos puso corbata y americanas. La arquitectura se vistió de etiqueta con muros de cristal y dejó a los edificios sin ventanas. Y como la moda acristalada vino de Europa del norte, ha metido en nuestras oficinas, el sol desde la mañana a la noche, en la tierra donde los árboles más apreciados son los que tienen buena sombra.
El poder de la imagen y el código del ahorro han conducido a la industria de la construcción a la proliferación de edificios herméticos que respiran aire mecanizado por motores a través de serpientes de chapa. Son miles de edificios los que en nuestras ciudades carecen de ventanas que poder abrir. Saltó el cristal, de la ventana al muro y nos hemos quedado sin manillas ni picaportes, en los tiempos en que ventilar, más que una necesidad, es una cuestión de supervivencia.
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