MÁLAGA-MADRID, EL NUEVO GRAN PUENTE
EL FOCO ·
Sin complejos, no nos importa que se nos pueda ver como una extensión de Madrid. Siempre se dijo de la capital que era el rompeolas de EspañaNo está nada bonito alegrarse del mal ajeno, pero qué quieren, si Ada Colau y el cóctel 'indepe' catalán no se lo ponen fácil al ... mundo para querer instalarse allí, si las noticias que salen de Barcelona no son las mejores, si los gobiernos de Valencia y Baleares se ponen pancatalanistas, pues nada malo hay en aprovecharse de la coyuntura, en estar al rebote. Como dice un tuitero liberal malagueño, Colau, sin pretenderlo, se está revelando como una magnífica alcaldesa de Málaga. Aquí damos la bienvenida a todo el mundo y presumimos de apellidos extranjeros. De toda la vida, como veremos en las excavaciones que gracias a la labor infatigable del arqueólogo de la Universidad de Málaga Pepe Suárez van a dar comienzo en el asentamiento fenicio de Cerro del Villar, en compañía de la Universidad de Chicago y la de Ohio. Nos gusta ir con locales, pero también con compañías internacionales, que para eso nuestras pasas fueron famosas en la costa Este en la época de Henry James y nuestro vino dulce hizo más fácil algún trago de los padres de la Constitución americana.
Un yacimiento fenicio, por cierto, muy cerca del aeropuerto ampliado, donde se encontraron restos arqueológicos también durante la construcción de la segunda pista. Un enclave que este verano vuelve a tener un tráfico intenso de aviones que despegan y aterrizan a tres paradas del tren de cercanías del centro de Málaga, cada vez con más residentes extranjeros. Como me dijo un británico hace años a cargo de una división de Ebury, empresa de tecnología financiera: «Hemos descubierto que, al llegar al aeropuerto, se puede torcer a la izquierda y no todo es la costa». O lo que conocían como costa, que playas también hay en Málaga, incluso para aspirar a ser la de Londres, si se mantienen los vuelos directos a la City. Ada Colau, sin embargo, no quiere que el aeropuerto de Barcelona sea la puerta de entrada de millones de turistas y por eso, para sorpresa del Gobierno de España, no ha aplaudido a rabiar la noticia de la ampliación de El Prat, esa chuche que se lanza a los perros para que dejen de ladrar y ha resultado que no. Es coherente con el pensamiento compartido por muchos de la izquierda en la que milita: la teoría del decrecimiento o cómo es mejor viajar en jet privado, unos pocos, que muchos millones en vuelos baratos. Lo malo es que, a la par, crecen la suciedad y los pisos okupados. Hablan sin parar de una agenda verde y todo puede acabar en una marrón.
Los nacidos en los 70 nos criamos en la admiración a Barcelona. Eran los modernos, la vanguardia, la civilización. Eran más europeos y sofisticados. Creíamos. Algunos empezamos a sospechar que quizás no cuando vimos a tantos vestidos con esas horrorosas camisas parduzcas, a juego con corbatas estrechas marrones. Cuando supimos que la moda la revolucionaba mucho mejor un señor gallego y de nombre castizo, Amancio, desde Arteixo, La Coruña. Pero eso vino luego. Aquellas portadas internacionales de los Juegos Olímpicos de Barcelona, el salto de trampolín con la ciudad al fondo, hizo que el mundo se diera cuenta de que España estaba totalmente normalizada con su entorno allende los Pirineos. A los que teníamos la suerte de vivir fuera por épocas nos resultaba llamativo que, al decir que éramos españoles, incluso en un pueblo perdido de la costa de Maine, los interlocutores nos dijeran: «Ah, Barcelona». Luego, más tarde, supimos, por cierto, que ese suspiro de admiración era sobre todo por la Sagrada Familia, obra de un antimoderno como Gaudí, atropellado por la modernidad de un tranvía.
Ada Colau no quiere que el aeropuerto de Barcelona sea la puerta de entrada de millones de turistas
Nos criamos con la expresión del puente aéreo Madrid-Barcelona. En la capital de España, el poder político y, en la catalana, el económico. En aquellos aviones de Iberia se cocían el pastel y el pasteleo. Se cambió el avión por el tren de alta velocidad, pero a un ritmo acelerado se rompió la sensación de que en España el poder se concentraba sobre todo en esos dos puntos, uno de ellos cada vez más antiespañol. A los antimodernos les dio por cortar vías del AVE a ritmo de tractores, igual que los fundamentalistas vascos rechazaban esos trenes que les comunicaban mejor con Madrid, sede de la Audiencia Nacional, esa pecera de cristal donde se creían chulos unos macarras en camisetas manchadas de sangre en nombre del racismo de un Rh peculiar.
En Málaga dimos la bienvenida a esa cercanía a la capital que supuso el AVE. Los más mayores, que recordaban mareos en la cuesta de la Reina y los que fuimos universitarios en autobuses que paraban en la venta de La Nava en Jaén. Los que, pudiendo ir a Sevilla o a Granada, optamos por Madrid y fortalecimos así esa conexión que quizás convendría dotar de cierta formalidad. Podríamos caer en la cursilería de la narrativa y remontarnos a Torrijos, madrileño fusilado en las playas de Huelin en nombre de la libertad. Libertad que se vive por igual en la capital de España y en Málaga, donde no se pregunta de dónde eres, de quién eres, se piensa en futuro sin pelearnos por el pasado y estamos contentos con apellidos extranjeros como Picasso.
Si el cóctel 'indepe' se empeña en mirarse cada vez más su ombliguito pues, ya ven, no nos aprovechamos, pero sí que fortalecemos cada vez más el puente Málaga-Madrid. O Londres. Aquí nunca nos hemos sentido periferia ni colonia porque hemos sido donde se venía a comerciar y, luego, a disfrutar. En el Torremolinos de los 60 había guiris excéntricos, pero también familias de Madrid en chambaos con cañizos, casas alquiladas a Carlota Alessandri. En Málaga, además, se mandaba a los locales a triunfar en Madrid: el marqués de Salamanca fundó el mejor barrio de la capital y Antonio Cánovas del Castillo estabilizó España mano a mano con Sagasta.
Por eso, sin complejos, no nos importa que se nos pueda ver como una extensión de Madrid. Siempre se dijo de la capital que era el rompeolas de España. Aquí, encantados de ser el rompeolas real, anhelado desde aquellos fenicios que se asentaron en el Guadalhorce. Felices de que se hable de ese puente nuevo: Málaga-Madrid, si otros han dinamitado los suyos. Allá ellos. Nosotros, a por el rebote.
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