Y la Magna...
INTRUSO DEL NORTE ·
El Jueves Santo moral venció a HalloweenDime, Dios, qué más te dio que anduviesen las gaviotas locas. Que el viento girase de Levante a Poniente, que pasaran niñas de diablillas con ... calabazas si en lo sustancial, Tú, te hiciste calle. Yo te recé naciendo, según mi ruta por el Parque. Eras árbol perenne y eras bulla con mascarilla que aquello, frente al Rectorado, parecía Viena. Qué más da que el temblor de primavera llegará en los estertores de octubre: que nos enseñaras en madera que se resucita a unas horas, a escasas horas, de que fuéramos a sacarle el brillo a nuestros muertos. Yo sé que te recé y te disfruté (el cristianismo es goce de la palabra y la calle, el resto es herejía). Y paramos, y recé en secreto por no levantar sospechas, y en el móvil fue quedando registrada una tarde que sí, que fue un camino de Gloria.
Porque abril vino a Málaga así, a tenazón, en un día de octubre en el que Dios vino a florecer entre jazmines que aún olían y seguirán oliendo incluso siendo casi noviembre. No somos Cádiz donde el concepto de 'jartible' hace que el Carnaval sea permanente. Pero morías y resucitabas de una calle a otra. Y en la mente ponías palabras de amor, palabras. Todo coincidió. La tarde se puso de fuego cuando iba anocheciendo por el Perchel. Y hubo muchos que lloramos con la mascarilla y vimos cómo se nos empañaban las gafas. La Magna fue como fue; elegante ante el mundo. Porque así es nuestra Semana Santa. Sé que hubo promesas y recuerdos bajo las faraonas y las túnicas. Y que también se dio gracias al Altísimo por seguir -y seguirnos- en este Valle de Lágrimas. Y quienes iban disfrazados de calabazas bien hacían en esconderse, o al menos retranquearse en el plano en el que salía el trono. Olía a jazmines tardíos, y lo que no era azahar era el incienso que entraba por los ojos o en esos dos segundos en que nos bajábamos la mascarilla para que Málaga, la Málaga divina, entrara en nuestras fosas nasales. Fue una jornada particular que significó mucho. Y en eso pasaban los niños callados, los adolescentes con un acné respetuoso y silencioso. Y no había flashes molestos, sino un reencuentro con nosotros mismos.
Y no llovió. Y se calmó el viento amenazante que quizá nos espantase de buena mañana a las nubes. Por eso y por todo, el sábado hicimos el camino de Gloria. Hoy nos acordaremos, frente al nicho, de que el Cielo nos concedió la belleza. Una belleza que representaba, simple y llanamente, la eternidad. Y con ese espíritu hay que recordar a nuestros idos. Ya desde arriba y desde abajo se ha hecho, y bien, el trabajo de la primavera en otoño. De la Pasión en Todos Los Santos.
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