LA LUCHA POR EL DERECHO A SER OFENDIDO
EL FOCO ·
Hay ideas que merecen ser muy expuestas para que la mayoría aprecie lo dañinas, retrógradas e inmorales que sonHubo una época en la que la sabiduría popular, destilada en el refranero, nos decía que no ofende quien quiere, sino quien puede. No es ... tan fácil hacer daño en el ánimo, si el aludido lo decide así. Ya decían los estoicos que la actitud ante lo exterior está en tu cabeza, traducción apresurada de esta corriente filosófica que es un manual de instrucciones vital, olvidado por la pedagogía que parlotea sin cesar sobre 'valores' y se olvida del 'carácter'. También teníamos aquello de «no hay mejor desprecio que no hacer aprecio». Nos querían hacer fuertes, loable propósito para navegar por una vida que no siempre te da todo lo que quieres. Era un objetivo también de cierta educación británica, el 'stiff upper lip', los labios prietos, la habilidad para reírse de la adversidad, mantener la calma y seguir (el cartel de «negocio, como siempre, señor Hitler», de la foto del frutero en un paisaje bombardeado de Londres). Con un límite, claro, porque es bueno saber emocionarse, tanto como evitar ser gobernado por las tripas.
Había padres que nos decían que tampoco prestáramos atención a lo que fueran diciendo de nosotros y mucho menos a lo que otros transmitían que decían de nosotros. «Ni caso» era la consigna si ibas con quejas de alguna supuesta ofensa. Incluso en el 'Padrenuestro', oración que sabemos casi todos los españoles de raíces católicas, se dice «perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Permitimos las ofensas y las perdonamos. La verdad, además, nos hacía libres.
Porque se puede elegir a qué se hace caso o a qué no. Porque no estamos obligados a que nos afecten determinadas opiniones irrespetuosas que solo retratan a quien las profiere, e incluyo aquí a la que sacó de procesión a una vagina y ha sido condenada por ello. Cuánto mejor hubiera sido el 'ni caso'. O eso pensamos los que nos criamos con el 'A quién le importa' de Alaska como himno. «A mí me importa un bledo». Puede parecer un debate banal, pero no lo es en absoluto. Se pregunta desde hace tiempo a los humoristas en las entrevistas por la autocensura y ellos se quejan de la dificultad de bregar con los 'ofendiditos'. Llamar así a los que tienen la piel fina y la queja dispuesta a organizarse en batallón hasta conseguir callar a quien no piensa como ellos hace que parezcan inocuos, inofensivos y oculta lo que son: almas totalitarias disfrazadas de buenismo.
Los progresistas, los creyentes en el método científico, en la ilustración, que debatan
Todavía recuerdo, hace años, la cara de estupefacción de una amiga que alojaba en Málaga a una estudiante de EE UU cuando ésta me confirmó que ya había campus con «espacios seguros» donde se metían los ofendidos por las ideas del conferenciante de turno. Allí, les ponían música tranquila y hacían terapia de grupo. En cada vez más ocasiones, ya no tienen que refugiarse allí, directamente consiguen vetar a gente como Ayaan Hirsi Ali, feminista, negra, activista contra las políticas de identidad, a la que acusan de islamófoba porque critica la posición de la mujer en el islam, las ablaciones. Hace un par de meses, en un debate sobre si peligraba la libertad de expresión, la somalí, desde EE UU, afirmaba con rotundidad que así era y que lo preocupante no eran los casos de famosos como ella, si no los profesores anónimos, por ejemplo, que se autocensuran o sufren las consecuencias, como uno de los mejores profesores que conozco en la costa que ha sido despedido de su colegio por «comentarios inapropiados», tras las quejas de madres de tres niñas.
Samuel Paty era un profesor francés anónimo antes de su asesinato. Sabía que su postura no era la fácil, pero hizo lo correcto.Lo está haciendo Macron en su defensa radical de la libertad de expresión, soportando boicots de países musulmanes. Hubiera sido emocionante, sí, y racional a la vez ver esa actitud en sindicatos de profesores, en minutos de silencio en cada patio. No ha ocurrido.
Reclamar la libertad de ofender es defender el derecho a debatir. Lo que quería hacer Paty con las viñetas del profeta de 'Charlie Hebdo', previo aviso a los estudiantes incómodos para que abandonaran la clase. Dio igual. La cadena de ofendidos, alimentada por alumnos y sus padres, llegó a un chaval dispuesto a decapitarlo. Lo hizo.
El derecho a debatir. Lo reclamaba Barack Obama en 2016 ante el alumnado de la universidad de Rutgers: «Si no estáis de acuerdo con alguien, traedlo y hacedle preguntas duras. Haced que defiendan sus posturas. Si alguien tiene una mala idea, ofensiva, probad que se equivoca. Que no os apetezca cerrar vuestros oídos porque sois tan frágiles como para que alguien ofenda vuestras sensibilidades» (...) «Usad la lógica y la razón (...) Puede que incluso aprendáis que no lo sabéis todo». Aquel año, 'The Economist' llevó a portada su defensa de la libertad de expresión. Este año, lo ha vuelto a hacer. Hace unos días, trabajadores de una editorial han protestado por el anuncio de la publicación de un libro del ensayista canadiense Jordan Peterson. Alguno lloró. Lágrimas en defensa de la censura. El libro de memorias de Woody Allen también fue boicoteado inicialmente por los trabajadores de Hachette y acabó publicándose en otra editorial. Ha sido un éxito. Porque los censores buenistas creen saber lo que necesita el pueblo, como todos los totalitarios, y se equivocan. Todavía somos libres para comprar los libros que queremos.
Lo políticamente correcto es defender el derecho, la libertad, a ser ofendido. La verdad nunca ha sido cómoda. Quien no quiera buscarla, que no escuche y se deje adoctrinar. Los progresistas, los creyentes en el método científico, en la ilustración, que debatan. Hay ideas que merecen ser muy expuestas para que la mayoría aprecie lo dañinas, retrógradas e inmorales que son. Las de Bildu, por ejemplo. Ese socio de nuestro Gobierno. Que hablen sin parar. Sólo ofenden a la inteligencia.
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