Lenguaje doméstico
Los electrodomésticos nos conocen mejor que nadie de puertas para adentro y a veces se toman demasiadas confianzas
Los electrodomésticos leen mis pensamientos más íntimos y los repiten en voz alta una y otra vez como si recitaran una letanía. Un nombre, una ... frase, una obsesión que no para de sonar dentro de la cabeza. El ventilador, la lavadora automática, la nevera o el lavaplatos, sin duda tienen conciencia de los sucesos violentos que invaden la actualidad y gritan: «Putin, Putin, Putin», «Covid, Covid, Covid». También mencionan los asuntos que alteran la vida cotidiana, por ejemplo: «Declaración de la renta, declaración de la renta, declaración de la renta», «Calima, calima, calima». Hay ocasiones en que los aparatos me sorprenden con palabras que no vienen a cuento. El otro día la lavadora no cesaba de repetir: «Steaua de Bucarest, Steaua de Bucarest, Steaua de Bucarest». Yo oigo este misterioso lenguaje en silencio. No suelo responder, pero me intriga cómo averiguan el nombre de las personas y circunstancias que absorben nuestro interés. Las voces domésticas también dictan consejos: «Olvídalo, olvídalo, olvídalo» o «Mándalo a la mierda, mierda, mierda». Asimismo ordenan actos que soy incapaz de ejecutar, porque una cosa es mandar a la mierda a alguien y otra matarlo. Respecto a las relaciones amorosas resulta imposible mantenerlas en secreto. La lavadora y el lavaplatos no cesan de pronunciar su nombre. Las aspas del ventilador lo proclaman a los cuatro vientos. Entonces aprieto los párpados para no seguir oyéndolos durante todo el día.
Los electrodomésticos nos conocen mejor que nadie de puertas para adentro y a veces se toman demasiadas confianzas. Está claro que ayudan en las tareas domésticas, pero la convivencia tiene sus aspectos negativos. He de confesar que guardo una complicidad especial con la nevera, nunca digo frigorífico porque el nombre resulta muy frío. Tampoco digo lavavajillas. A propósito de la nevera, ella sabe lo que me gusta y mantiene fría la cerveza, el cava, el vino blanco. Nada más abrir la puerta se enciende la luz y surge la tentación. Entonces realizo incursiones en su mundo interior y elijo lo que más me apetece. Luego la oigo ronronear, como si estuviera harta de que a diario le robara el alma. Cuando acudo a visitarla en medio de la noche, ella siempre está dispuesta a saciar mi apetencia. Nunca falla, salvo una semana que cortaron la luz y se quedó apagada, igual que si hubiera muerto. Sin embargo, cuando se solventó el problema volvió a comportarse como si nada hubiera ocurrido.
Ahora están casi todos los electrodomésticos reunidos en la cocina. Apenas escucho nada, únicamente la nevera bisbisea un asunto íntimo y personal que últimamente me tiene obsesionado. La oigo desde la habitación contigua. Me planteo si lo que afirma de mí lo repite sin parar porque se siente celosa. No me atrae lo que dice, ni las conclusiones a las que ha llegado. Esta noche hablaré con ella.
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