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No sé lo que habrá pasado para que sobrevenga el gran apagón del lunes, y dudo mucho de que nos enteremos alguna vez, o si querrán que sepamos la verdad, verdadera. Para que no se sepa nada de algo, no hay como montar una comisión de investigación, que dijo un célebre político hace muchos años. Lo que sí sé es lo que yo he aprendido, después de pasarme ayer la mitad del día recorriendo la ciudad, y la otra mitad buscando cobertura e internet, que ríete tú de la serie apocalíptica 'The last of us'. Y aunque seguro que ustedes, que son más listos y han vivido más, todo esto ya lo saben, a mí me apetece compartirlo, por si puedo ayudar a alguien. O no.
Cuando sobreviene una situación así, de repente, nuestros delirios de grandeza, de país rico del primer mundo, civilizado y europeo y guay, se desvanecen a la velocidad de la luz... A la velocidad que la luz se apaga y deja la mitad de nuestro mundo inútil. Por tanto, la primera enseñanza es que no podemos fiarlo todo a la electricidad. Que es muy cómoda y muy limpia y, cuando es de origen renovable, también muy ecológica. Pero, visto lo visto, si peta estás vendido. Por la experiencia de otros países, sé que es habitual tener en casa hornillos de gas, linternas de pilas, abundante recambio de estas y algo tan prosaico como velas. La próxima vez igual no se tardan horas, sino días en restablecer el abastecimiento, y hay que estar preparados. También conviene tener en la despensa algo de comida latina, o sea, en lata, de la de toda la vida, como para subsistir algunos días sin tener que hacer cola en el supermercado.
Porque esa es otra: en tales circunstancias a mucha gente se le va la olla, literalmente. Ayer vi arrasar los estantes para llevarse comida que probablemente tirarán a la basura dentro de unos cuantos días... Qué le vamos a hacer, el miedo es libre, y el pánico ni les cuento. Estrechamente unido a lo anterior, por mucho que nos hayamos acostumbrado a las tarjetas: hay que tener una cantidad de dinero metálico en casa, lo suficiente para tirar algún tiempo. Sin electricidad no hay datáfonos ni cajeros, y para comprar sólo se aceptan billetes, el taco de toda la vida. Además, sin internet en el móvil también se acaban los Bizums.
En definitiva, mal que nos pese, situaciones como la del lunes nos recuerdan hasta qué punto nuestra sociedad es frágil y vulnerable ante los cambios radicales sobrevenidos, y mejor será que estemos preparados. Toda nuestra moderna existencia, digital y de inteligencia artificial, se puede desvanecer en lo que tarda un móvil en quedarse sin batería.
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