IRRUMPIR
UN verbo bonito, de la tercera conjugación que agrupa a los más sonoros e importantes, como vivir, como morir. La Academia define irrumpir simplemente como ... entrar violentamente en un lugar pero la prensa, escrita y hablada, le da otra acepción aún no reconocida. Siempre que atropellan a algún desgraciado es porque ha irrumpido -ya no suena tan bonito ¿no?- en la carretera y el pobre de tontería, mucha pero de violencia, poca. Ahora se le ha colocado el término a la actuación de un partido político de reciente creación y que, quizá por eso, anda algo despistado. Su «irrupción»: también se utiliza con cierta ligereza la expresión. Porque o los doctos señores de la calle Felipe IV están equivocados o atrasados de noticias o nos adelantamos a los tiempos, Irrupción es, simplemente, acometimiento impetuoso y repentino o entrada impetuosa en un lugar (nótese que se ha reducido la violencia al ímpetu). Cada vez que se daban los resultados de las circunscripciones en las generales y, después, de las comunidades y los ayuntamientos, esta vez con bastante menos energía, «irrumpían».
Si bien todos los jerarcas nacionales quedaron colocados y ya están cobrando de las arcas públicas aunque trabajar, lo que se llama trabajar, no empezarán hasta septiembre, octubre, campea entre ellos una desilusión importante. Se presentaban como los salvadores de la patria, nada continuistas, profundamente reformadores. Habían recopilado quizá muchos elementos que cualquiera, con dos dedos de frente, está de acuerdo en que había que reformar aunque no necesariamente de la manera sugerida. La detección de los problemas y una buena campaña les dio la impresión que ya estaba el cerdo en la batea y que era cosa de coser y cantar. Había acierto en el catálogo de problemas pero no en las soluciones. Había algunas, a lo mejor casi todas, de imposible realización. Total que el gozo -de ellos, claro- en un pozo y ahora han quedado en el gallinero y convertidos en una incómoda bisagra que algunos no quieren emplear. Tampoco es para tanto porque, por muy extravagantes que fuesen algunos de sus planteamientos, no vulneraban ningún libro sagrado. Pero los beati possidentes, los que viven de eso, los recibieron con mucha hostilidad, calificándolos de extremistas. Con mucha mayor hostilidad que cuando irrumpió, aunque entonces no se llamaba así el fenómeno, el otro partido que se inclinaba enérgicamente al otro punto cardinal, al otro extremo.
Esto de los partidos políticos parece estar regido más que por sus programas y su utilidad como expresión del pluralismo para la formación y manifestación de la voluntad popular, por su número. Uno, dos o muchos. Antes de la vigencia de la Constitución, había uno y, por lo tanto, no podía ser en puridad un «partido» ya que al partir se forman más trozos. Consciente de esa imposibilidad semántica a aquello se le llamó movimiento, metiéndolo de manera algo forzada en la sexta acepción de las trece que tiene la palabra: desarrollo y propagación de una tendencia religiosa, política, social estética, etc., de carácter innovador. Lo innovador estuvo en que de todas las corrientes de opinión de entonces se hizo una que las eliminó todas. Durante un buen tiempo el país se puso a trabajar que había muchísimas cosas que hacer. Los que no estaban dentro, y nunca lo estuvieron, se disgregaron y cuando nos dieron a elegir, nos plantearon chequechentas opciones. Pasada la euforia de los comienzos, el panorama se fue asentando y se recurrió al viejo sistema de dos que inventaron los ingleses, como siempre. Pues ahora lo hemos querido enterrar porque las maravillosas ideas -es un decir- no cabían en las estructuras que se habían hecho tradicionales. A unos no les gustaban porque no eran suficientemente contundentes sus dirigentes, porque habían permitido, de eso se les acusaba, irregularidades, porque se habían desviado, con esto de la socialdemocracia, de las auténticas necesidades del pueblo...
El espectáculo sobre la formación de los gobiernos es lamentable
Se ha formado un lío, en vías de rectificación. El espectáculo que estamos dando donde el gobierno depende de una abstención, de una desobediencia, de una decisión judicial, de la voluntad de uno u otro dirigente y de sus ambiciones personales, es lamentable. Ya los partidos no sólo nos imponen por qué personas debemos votar, nos sumen en el desconcierto de qué harán con nuestros votos.
Por suerte, Marbella se sigue aferrando a lo ya visto. Bipartidismo o casi.
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