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Industrioso –me encanta la palabra– es el que obra con industria, lo que se hace con industria y el que se dedica con ahínco al trabajo. No encuentro otro calificativo mejor para aplicar al ingenioso grupo de personajes que inventaron un sistema para ganarse la vida. Cuando expliqué el modus operandi mi interlocutora extrañada se preguntaba qué tenía de particular lo que le explicaba. Claro, es que había omitido un dato importante: que obraban en lo ajeno y sin permiso de quien debía concederlo. Es que leía que en Marbella una trama ocupaba casas, las reformaba y las alquilaba.

La noticia pormenorizaba en el sentido de que no eran «okupas tradicionales» –ya la «okupación» se ha transformado en una tradición, parece- sino que se introducían en las viviendas, hasta aquí la respetaban, la tradición, no la vivienda, pero, en lugar de instalarse, las preparaban dotándolas de lo necesario para su explotación y las alquilaban. Eran tres individuos, por lo menos ése es el número de los que fueron detenidos pero el periódico los calificaba de trama. Esta expresión suena muy dramática pero la Academia no se ha enterado de lo que los periodistas quieren decir. La pobre sigue pensando en el conjunto de hilos, en la flor del olivo, en el enredo de una obra novelesca o teatral aunque también en el artificio para perjudicar a alguien. Cuando leemos que hay una trama por ahí nos imaginamos que se trata de una organización criminal con jefes, encargados y administradores, como los previstos en el artículo 302 del Código penal.

Éstos no alcanzaban a la mágica cifra gatuna, les faltaba uno pero parece que se bastaban y sobraban. Tenían repartidas las tareas, vigilancia, irrupción, reforma, avituallamiento, publicidad…

Los inmuebles tienen una importante vis atractiva para los sinvergüenzas. Es curioso porque me imponen respeto, los inmuebles, no los sinvergüenzas, ya que de todas las operaciones que los involucran quedan huellas de toda clase. Pareciera más cómodo estafar o blanquear utilizando otros objetos, joyas, pieles, oro pero no: los inmuebles son muy usados para esos menesteres. Hace un tiempo tenía que alojar a unos obreros en razón de un trabajo que había emprendido en Barcelona y recurrí al amigo internet, perejil de todas las salsas. Aparecía una oferta enorme y, alguna, irresistible. Fotografías a todo color, toda clase de comodidades, ubicación inmejorable, condiciones muy cómodas. Había que darse prisa porque eran tan atractivas las oportunidades que volarían.

Se suponía que había que pagar con tarjeta de crédito y hasta ahí llegamos porque evito la utilización de esos plásticos lo que puedo. Una vez que has facilitado los misteriosos veinte dígitos del anverso, todo tu patrimonio está en peligro y no digamos nada de la fecha de caducidad y esos numeritos que aparecen por detrás. No soy demasiado desconfiado pero el abrirle mis modestos medios a cualquiera se me hace difícil. Bueno, tuve suerte porque también se desarticuló otra «trama» que operaba engañando incautos, como dice el tango Haragán, cazando giles.

El error que cometen estos intrépidos empresarios, a mi juicio, es que exageran lo atrayente de las ofertas. Su excesiva bondad hace que se sospeche porque hay que reconocer que las cosas no son maravillosas, por lo menos, no todas. Como las estafas nigerianas, como los que las pusieron de moda eran originarios de aquella gran nación, contagiaron el patronímico. Te ofrecían millones siempre que enviases un correo electrónico al que seguía la exigencia de una modesta contribución para pagar los gastos de envío y no sé que otra zarandaja. Nadie en su sano juicio debería creer que a los perros se les ata con longaniza que un desconocido te va a regalar una fortuna por tu linda cara.

Aquello terminó desarticulado por la policía de Málaga que hizo una redada descomunal y me advirtió, en aquella época era el encargado, que dispusiera de una legión de Abogados de oficio. No hubo problema y, como siempre, estuvimos a la altura de las circunstancias. Hoy sigue el cuento pero ya no vienen los correos del gran país atravesado por la flecha ecuatorial. Ahora provienen supuestamente de pobres señoras aquejadas de cáncer terminal que no tienen herederos y que desean confiarte su patrimonio para que lo distribuyas entre los pobres. También de altos funcionarios de bancos imaginarios te tientan con cuentas que han abandonado personas con apellidos similares a los tuyos y te ofrecen repartir el botín. Si todos estos fulanos emplearan su ingenio en cosas lícitas el mundo iría mejor.

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