El inagotable Juan
A punto de cumplir los 89 años, es el decano del gimnasio y tiene una vitalidad que ya quisiéramos...
Cuando nos conocimos, se me ocurrió llamarle D. Juan, por supuesto sin ninguna mala intención, sino como una señal de respeto. De inmediato, me pidió ... que le apeara el tratamiento, que él era sólo Juan, y de nuevo tampoco tenía nada que ver con que se le relacionara con el célebre personaje mujeriego y pendenciero. La razón era que así lo habían tratado sus alumnos en los más de 40 años que había sido maestro de escuela, y estaba un poco harto de aquella denominación formal. Así que, aunque por la diferencia de edad me lo pida el cuerpo, en estas breves líneas que comparto con ustedes voy a respetar su elección y, por tanto, le llamaré Juan, a secas.
Nos habíamos visto por el gimnasio alguna vez antes, que es el único lugar del barrio donde coincidimos, poco más que un «buenas tardes» bajo la música chunda chunda que gusta en estos lugares. Pero el otro día, en un descanso del press de banca que hacía yo, se acercó a saludarme. Y hablando perdí el hilo de las repeticiones con las pesas que me faltaban por hacer, pero mereció la pena conocerle. Juan me contó que había nacido poco después del estallido de la Guerra Civil española, así que está próximo a cumplir los 89 años. Con 18 ya era maestro de escuelas rurales, y entre otras materias impartía educación física. Muchos de sus alumnos vivían en casas sin luz, ni agua corriente ni baño. Llegaba a lugares diezmados por las secuelas de la contienda, donde a todo el mundo le faltaba alguien, porque se los habían matado, por igual, a diestra y a siniestra. Bajo las grandes gafas Ray-Ban de aviador de cristales oscuros que siempre lleva –imagino que por alguna dolencia ocular– se adivinaba en la sombra de sus ojos apenas visibles que habían sido años muy duros.
Pero aquello que me contaba venía al hilo del ejercicio físico, que ya entrenaba por entonces y que le ha acompañado toda su larga vida. Lo cierto es que, aunque por edad le pueda corresponder, no me atrevería a llamarle anciano, pues demuestra una vitalidad que ya quisiera para sí alguien con la mitad de sus años a cuestas. Asegura que tanto él como su mujer se mantienen en buena forma, activos y saludables, porque hacen ejercicio prácticamente a diario. No lo dijo, pero estoy seguro de que tiene mejor analítica que cualquiera de los niñatos con los que comparte máquinas en el gimnasio del barrio.
En realidad, lo único que le apena de haber logrado envejecer de una forma tan larga y saludable es que ya solamente le queda un amigo vivo. Pero Juan no pierde la sonrisa: da por acabada la breve charla de descanso y se sube a la cinta para caminar unos cuantos kilómetros...
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