La historia siempre atropella
EL FOCO ·
Hacen falta planes, nadie lo duda, pero quizás es más importante saber con qué personas se cuenta para reaccionar llegado el momentoNos encanta hacer planes para que luego cualquier imprevisto los rompa, como bien describe la frase hecha de que la vida es lo ocurre mientras ... estás planificando. Aún así, persistimos en poner sobre el papel visiones del mundo a varios años, hacemos caso a los profetas que fallan crisis tras crisis, estimamos a expertos de tanta autoestima que son capaces de disertar sobre el uso obligatorio de mascarillas al aire libre pese a que les recordamos diciendo que no servían para nada en aquellos primeros meses en los que taparse la boca en interiores habría salvado vidas.
Hacen falta planes, nadie lo duda, pero quizás es más importante saber con qué personas se cuenta para reaccionar llegado el momento, quién está dispuesto a ir más allá de un convenio, quién a liderar equipos diversos y, sobre todo, a escuchar señales de alarma que hagan necesario poner en marcha lo planificado. Y, ahí, en ese último punto, es donde Neill Fergusson, el británico que suele explicar la Historia desde nuevas perspectivas, cree, a la luz de lo que nos ha ocurrido, que es más eficaz tener actitud que planes quinquenales. Agilidad frente a documentos. Lo hemos visto en Moncloa: millones de euros gastados en expertos para ser el oráculo del presidente Sánchez y no han sabido ver lo que sí ha leído Isabel Díaz Ayuso, vilipendiada por no ser muy brillante intelectualmente: el sabor de la calle, el pueblo, la gente, el bar. Ese estado de ánimo que no sale en las gráficas de los 'paper', que es como los expertos llaman a los artículos publicados en revistas científicas, ni en quesitos de encuestas porque, poco hablamos de esto, los sociólogos encargados de ellas omiten preguntas fundamentales.
Hay un riesgo evidente en lo ocurrido en la pandemia: señalar el fracaso de las democracias frente a China. Lo vemos estos días en los que se habla del desastre de la India frente a la situación china. No parece el mejor momento para que los indios presuman de vivir en la democracia más poblada del mundo, la más complicada de gobernar. Pero, como dice Fergusson, Taiwan ha luchado muy bien contra el coronavirus y es una democracia que, eso sí, sabe desconfiar de China y por eso cerró el país a los vuelos de su enemigo mucho antes de que la OMS avisara.
Los desastres que hacen Historia nos pillan de imprevisto pero también son los que han posibilitado grandes mejoras
Las democracias tienen sus dificultades. Lo sabe cualquiera que haya visto deliberar sobre la conveniencia de cambiar una ordenanza municipal, asunto de muchos meses. Hace ya cinco años, Alan Woolridge, el hombre que firmaba la columna Schumpeter en el Economist, se despedía con un texto pesimista sobre el futuro del capitalismo, haciendo honor al economista que daba nombre a esa página. Woolridge, que había estudiado Historia en Oxford, se despedía temeroso de un mundo con grandes compañías en manos de ejecutivos, que no de empresarios, cada vez más concentradas, gobiernos con exceso de burocracia y políticos que le dan al pueblo deseos a corto plazo. En estos momentos, eso puede ser simplemente la dopamina de los likes en declaraciones estrambóticas, los zascas, los titulares y el desprecio a la política aburrida, la que gestiona en silencio para procurar eficacia y bienestar al mayor número de ciudadanos.
Por eso, cuando el virus llegó a nuestras fronteras, la Administración encorsetada no reaccionó mientras que desde finales de febrero ya hubo empresas que pusieron a sus empleados a teletrabajar y que se hicieron con mascarillas y geles hidroalcohólicos sin saber quién era todavía Fernando Simón, como demuestran las ventas de ambos en el mercado mayorista en enero de 2020. Claro que en la Administración hubo quien dio el aviso, pero, ¿llegaron dónde debían? ¿Cómo fluye esa información en la Administración? Estudiar cómo se desarrollaron los acontecimientos esos días deberían haber sido el objeto de una auditoría de gestión que no se ha hecho, fundamental para saber cómo mejorar. Los desastres que hacen Historia nos pillan de imprevisto pero también son los que han posibilitado grandes mejoras. Hace meses, en un reportaje en el Atlantic, se contaba precisamente cómo las desgracias habían mejorado las ciudades. En 1835, un incendio tremendo arrasó una parte de Nueva York mientras los bomberos se quedaban sin agua, con los ríos helados. Siete años más tarde, estaba construido el acueducto Croton y las tuberías con agua a los bomberos y a las casas. Después del incendio de Chicago, en el XIX, la regulación sobre materiales de construcción llevó a los arquitectos a experimentar con acero y, oh, acabamos usándolo en nuestra calle Larios, como bien puede explicar en un delicioso paseo Luis Ruiz Padrón, mostrando cómo esas nuevas estructuras posibilitaron los escaparates y, con ellos, más comercio.
Desastre deriva de sin astro, sin estrellas que nos guíen en la incertidumbre mandada de un cielo, o sea, imprevista, pero es cierto que hay quien advierte antes que los demás las señales. Deberíamos ser capaces de escucharlas y, más tarde, sacar conclusiones y, de ellas, planes. Sí. La vida es ciclo. Felices nuevos años 20. Hasta el nuevo imprevisto. Porque pasará. Que nos pille con actitud resolutiva, rápida y flexible y capaz de haber sacado lecciones. La Historia nos atropella. Lo que hagamos con ella, definirá el papel de cada responsable público. Incluso la democracia y su eficacia.
En la web longbets.org, se apuesta sobre el futuro. En 2017, el astrofísico Martin Rees vaticinó que no más tarde de diciembre de 2020, un agente biológico causaría un millón de muertos en todo el mundo. Le contestó Steven Pinker, el gurú del optimismo del progreso, negando esa posibilidad. Los dos tienen razón. Los avances que tanto aplaude Pinker se logran a veces por reacciones a las desgracias. Y, como dice la frase cursi y no por ello menos cierta, nunca los mares en calma hicieron buenos marineros.
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