HIPOCRESÍA TOLERABLE HASTA UCRANIA
EL FOCO ·
Lo que tenemos hoy son millones de mujeres y niños huyendo de su país y millones de hombres con vidas normales previas pacíficas y que ahora compran armas para disparar a matarLa vida, como camino de introspección, muchas veces consiste en saber cuántas dosis de hipocresía puedes dar o recibir y reconocerte en el espejo. Las ... reglas mínimas de convivencia exigen estar dispuesta a mentir y a tragar de vez en cuando. La verdad nos hace libres pero, a todas horas, puede ser muy duro y a nadie nos gusta que nos digan, a la cara, que no apetece nada vernos y que nos expresamos fatal, además de que trabajamos mal en equipo. Por ejemplo. Pero también es verdad que esa máscara, de manera permanente, entre lo que pensamos y lo que decimos o hacemos, dejando pasar cosas que en el fondo sabemos que son inadmisibles, nos puede convertir en unos seres falsos e interesados en exceso, a los que se les acaba viendo el plumero de manera evidente en la lucha egoísta por mantener posiciones o escalarlas. Lo vemos a diario, también asombrados, de que ese plumero a la vista no sea un hándicap para los escaladores o para simplemente los que consiguen mantenerse a flote pese a que muchos sepan lo falsos que son.
La sinceridad puede estar sobrevalorada si lo que se busca es una convivencia armoniosa pero, a la vez, la hipocresía excesiva puede convertirlo todo en un puro teatro que salte por los aires en cuanto se escape por las rendijas alguna verdad necesaria y asfixiada.
Lo mismo ocurre en el tablero de las relaciones internacionales, donde la realpolitik no es otra cosa que tolerar actitudes de gobernantes que sabemos que no tienen nuestros mismos valores pero a los que apreciamos por lo que tienen o contienen. Por sus recursos naturales, por ejemplo o por actuar como muro ante un mal mayor, siendo ya ellos mismos cierto mal. Nos pasó precisamente con Putin en Siria. Sabíamos que los rusos estaban ayudando a Al Assad a bombardear de manera salvaje ciudades como Alepo pero volvimos un poco la cara porque, bueno, ¿y si «aquello» -sin ver las consecuencias devastadoras de los edificios en ruinas- estuviera aniquilando al califato del ISIS? ¿Quién era más malo, Putin o los barbudos de negro islamistas? Hay amigos que pasan de repente a no serlo y no sabemos muy bien qué ocurrió. Pongamos que hablamos de Gadafi, el dictador libio flanqueado de mujeres espectaculares que iba a urbanizar una montaña en las inmediaciones de Benahavís y al que se le recibía como un jefe de Estado más. Pasó a ser un apestado y, por cierto, Libia, ¿qué es de Libia?
La sinceridad puede estar sobrevalorada si lo que se busca es una convivencia armoniosa
A Putin también le tratábamos como a un importante presidente de un país hasta Ucrania. La anexión de Crimea nos dio más o menos igual. Los envenenamientos a opositores, lo mismo. Las encarcelaciones y desapariciones de periodistas, noticia flor de un día. Los millones obscenos de los oligarcas conectados con el régimen eran bienvenidos en Londres, en París, en Ibiza o en Marbella. Hasta Ucrania. Da igual leer las innumerables tribunas donde nos explican que quizás, si hubiéramos entendido el sentimiento de humillación del pueblo ruso y la expansión de la OTAN, sabríamos que lo de Ucrania estaba cantado o que, esto es importante y lo pasamos demasiado por alto, en el Donbás había una guerra con miles de muertos, ignorada por los medios. Da lo mismo. Lo que tenemos hoy son millones de mujeres y niños huyendo de su país y millones de hombres con vidas normales previas pacíficas y que ahora compran armas para disparar a matar.
Constatado el hecho y consiguientes sanciones a Rusia, nos siguen viniendo preguntas sobre nuestro grado de coherencia: ¿Qué hacemos con Dubai, donde se refugian muchos de los oligarcas rusos en la diana de las sanciones? Hablando de sanciones, ¿podemos debatir con sosiego sobre su eficacia y la posibilidad de que ocurra, como en Cuba, Venezuela o Irán, que radicalice a la población y acelere una diáspora de opositores?
¿Podemos distinguir entre sanciones y estupideces que evidencian la nula capacidad de pensar de muchos? ¿De verdad que ahora para que cualquier ruso participe en competiciones o conciertos hay que exigirle una condena a Putin? ¿En cuántas competiciones deportivas de siempre han participado atletas de dictaduras y nos parecía lo normal? A ver, que hemos celebrado unos Juegos Olímpicos en China. Los últimos, por cierto, ya sabemos que condicionaron según los espías la invasión de Ucrania porque pidieron a los rusos retrasarla hasta que acabaran. Vamos a celebrar un mundial de fútbol en Qatar, donde irán jugadores que hincan la rodilla en estadios occidentales contra la homofobia y no se inmutan por ir a un país donde ser gay está mal visto.
Vayamos al gas, por cierto, el colmo de nuestra hipocresía. Vamos de campeones del cuidado con el medio ambiente, prohibimos el fracking en Europa, pero ahora estamos dispuestos a comprárselo a EEUU, donde en parte se produce con esa tecnología. Y llegamos ya al colmo máximo, al caso alemán, como puso en evidencia el jueves el mismo presidente ucraniano, Zelenski ante los parlamentarios germanos. El Gobierno alemán contribuye con millones cada semana a las arcas del gobierno de Putin porque no puede prescindir del gas ruso. Los que iban de verdes, los que presumían de cerrar centrales nucleares y poner placas solares. Merkel pretendió que los lazos económicos convirtieran en un ejemplar demócrata a Putin, pero no ha ocurrido. Esas estrategias comerciales han resultado ser un plan para tener agarrado por sus partes energéticas a los alemanes, que no quieren pasar el frío que hace ahora mismo en un sótano en Kiev.
La frase de «es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta», definición precisa de la realpolitik, pasa de Roosevelt sobre Somoza a Kissinger sobre Pinochet y, en cualquier caso, es algo que seguimos practicando. Hasta Ucrania. Ha llegado la hora de que revisemos, con la nariz tapada o no, hasta dónde estamos dispuestos a llegar en nuestros tratos con algunos países. A lo mejor tenemos que resignarnos a tratar con ellos pero estará bien saber que lo hacemos por intereses y no por principios. Y ser conscientes de que, la hipocresía máxima, el pacto con la náusea, a veces estalla por los aires. En este caso, de Ucrania. O como una explosión de gas.
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