Yo gripalizo... y Sánchez gripaliza
LA TRIBUNA ·
CÉSAR RAMÍREZ
Domingo, 16 de enero 2022, 09:59
El año nuevo me ha sacudido esta semana con la pesadilla de una empatía indeseable. El presidente Sánchez ha acuñado el neologismo verbal 'gripalizar' para ... proclamar su tercera derrota al coronavirus. Para el padre del 'no es no', pegarle el palo definitivo a la pandemia ha sido un juego de niños. Del mismo modo que termina con las crisis rebautizándolas como oportunidades, el rey del Rummikub ha movido fichas y decidido que, igual que escondió decenas de miles de muertos, ahora va a meter debajo de las alfombras a los cientos de miles de contagios de cada día, que no le gusta cómo suenan. Me doy cuenta de que algún don nadie de su inexistente comité de expertos le habrá sugerido el nuevo término como elemento de distracción ante la situación actual. Por tanto, cuando entiendo que la nueva palabra va de oportunismo político sin sustancia alguna, me alivio. Porque, aunque no se parece en nada a mis propuestas para el mismo término, la palabra 'gripalizar' me gusta. Así que ahora ya, despierto de la pesadilla, voy a contar que yo creo que sí debemos ya 'gripalizar' esta pandemia, pero no al estilo Sánchez.
Lo primero que hay que hacer es dejar de hablar de la COVID-19 como algo excepcional, y por eso, tras veintitrés tribunas seguidas, esta será la última vez que yo escriba sobre este tema. Los mismos médicos estamos hartos ya de oír hablar del coronavirus; rehuimos la conversación y nos negamos a que esto nos siga condicionando la vida. Se deben terminar ya los titulares de los medios de información en base a las cifras de miles de contagios diarios, inexactos a la baja a todas luces en un momento en el que debemos asumir ya que casi la mitad de los españoles se ha contagiado por Ómicron, y nos repartimos entre positivos y negativos como los pimientos de Padrón. ¿Para qué sirve tanta PCR y autotest de antígeno hecho de forma repetida y sin criterio? Pues para montar la ruina que estamos montando en este país, en el que a los que no nos mandan el sueldo a la casa a fin de mes nos repele la idea de un positivo asintomático para nosotros o nuestros hijos (por eso ni nos acercamos a la farmacia a preguntar si hay test) y a una buena parte de la población no le viene ni tan mal un positivo asintomático para echarse una semanita en casa y actualizarse con las series de Netflix que tiene pendiente, mientras las arcas de la Seguridad Social van a reventar y las empresas privadas y sistemas públicos no soportan tanta baja laboral. ¿Qué utilidad tiene vacunar a la población y saber que los vacunados contagiados apenas enferman levemente si luego nos dedicamos a aislar a la población asintomática por un autotest que nadie ha indicado ni ratificado? Hay que salir de este bucle y de este laberinto infumable y hay que ser disruptivo. La situación es insostenible.
Pero como no aprendemos, las respuestas a la propuesta de 'gripalizar' del responsable de haber nombrado a Fernando Simón, borrado del mapa en los últimos meses, por cierto, han sido desoladoras. Los principales responsables de la Organización Mundial de la Salud se han manifestado en contra de esta actitud de pasar a tratar el COVID-19 como una endemia al estilo de la gripe y expert@s como la viróloga Margarita del Val, la misma que hace quince meses decía que las vacunas eran «un producto que no necesitábamos para nada y que no protegían contra los casos graves y la muerte», nos dice que la sexta ola que vivimos puede hacer explotar el número de casos y hospitalizaciones en un momento en el que, si algo parece claro precisamente, es que el Sistema Nacional de Salud está soportando sin excesiva presión las hospitalizaciones e ingresos en cuidados intensivos, único medidor real útil ya de la gravedad de la pandemia, endemia o epidemia con extensión pandémica, que ya no sé ni cómo llamarla. Recurro una vez más en esta pandemia a Sócrates, sólo voy sabiendo que cada vez sé menos..., pero algo me va quedando claro.
Cierro mi último párrafo con la mejor idea de 'gripalizar' que he oído, la que me dio mi hermano Santi cuando me dijo hace unos días «qué ganas tengo de que se termine esto del COVID para poder acatarrarme tranquilo». El primer paso es insistir en vacunar a la población con tantas dosis como sea preciso, forzando el nivel de la exigencia vacunal con estrategias al estilo de los 'aussies' con Djokovic o de los nada retrógrados 'quebecois', que quieren imponer un impuesto a los libérrimos antivacunas para sufragar los gastos en salud que generan. Hay que forzar con la única medida que ha frenado la mortalidad, aunque sea a costa de una mínima incidencia de efectos adversos graves. Visto el nivel masivo de contagios con Ómicron y la nula efectividad de las medidas para reducir la interacción social, el segundo paso de la 'gripalización' es la retirada de las mascarillas y de las medidas de limitación para una vuelta absoluta a la normalidad, optando por la protección focalizada a la población de alto riesgo (geriátricos e inmunodeprimidos) tal y como ya preconizamos hace más de un año y medio un número limitado de profesionales en todo el mundo firmando la Declaración de Great-Barrington, que tan descaminada parece que no iba. Y, tercero y último, cuando usted esté haciendo ya su vida normal y tenga síntomas de un cuadro viral de tipo gripal, haga lo de siempre; tómese su paracetamol, sus antiinflamatorios y no se vuelva loco buscando autotest en las farmacias (por muy baratos que los haya puesto el señor Sánchez) ni pidiendo PCR en su centro de salud, en el que con una gripe leve uno no pinta nada. Y si se encuentra peor y no mejora en unos días, ya llegará el momento de determinar si tiene gripe, COVID, una faringitis o la enfermedad del beso. En resumen, 'gripalizar' no es más que vacunar, volver a la absoluta normalidad vital y dar a los síntomas el valor que han tenido siempre. Porque yo, tras dos años, me siento incapaz de dar explicaciones a las medidas de unos y otros y a las opiniones de los expertos. La gente está harta y no aguanta más, es el tiempo de vivir con el COVID como compañero. Maldita empatía con el presidente, me consuela saber que es la excepción que confirma la regla.
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