Una Greta para el alarmismo demográfico
Entonces, de repente, una chica adolescente consiguió zafarse de la seguridad de la cumbre internacional y se subió al escenario donde estaban todos aquellos que ... habían hablado en Davos, los que habían estado en la asamblea general de la ONU, los que siempre van al G7, G20 y ampliaciones. Cuando la chica tomó el centro del escenario, le temblaba la voz y tenía los ojos acuosos. «¿Hasta cuándo no os vais a tomar en serio el cambio demográfico? ¿Hasta cuándo vais a ignorar que queremos hermanos, queremos primos, queremos más amigos? ¿Hasta cuándo vais a pensar que nos conformamos con mascotas? ¿Hasta cuándo vais a dejar de pensar que, con más niños, es más probable que haya más ingenieros, por ejemplo, que puedan aportar tecnología para paliar el cambio climático? ¿Por qué nadie piensa que nuestra crisis de salud mental puede estar relacionada con cómo nos estáis criando, con vuestra hiperprotección que solo os podéis permitir teniendo muy pocos hijos?». La chica era española. Tenía sentido, su país, el nuestro, es uno de los que tiene menor tasa de natalidad de todo el mundo.
Hizo algunas preguntas más. Fueron todo preguntas. Y, como sabía que a esos políticos allí sentados les encantaba hablar de educación, le dio donde más les dolía: «Voy a seguir preguntando, porque sé que es la manera de hacernos pensar un poco, a todos, a los que estáis venga a hablar del pensamiento crítico. ¿Hasta cuándo, políticos, vais a estar apoyando campañas de publicidad y de concienciación que parece que enfrentan a los hombres y a las mujeres? ¿Hasta cuándo vais a ignorar que muchos no tienen hijos no porque no tengan recursos si no porque tienen otras prioridades vitales? ¿Por qué nos animais con campañas a cambiar hábitos sobre consumo de carne, de energía y no convocais a los mejores estudios de creatividad del mundo para animar a la gente a tener hijos? ¿Por qué pagáis con nuestro dinero campañas de mujeres que tratan de explicar que no hay que renunciar a nada cuando eres madre cuando todos sabemos que sí que renuncias, igual que los padres, y que no pasa nada, que ser responsable es renunciar? ¿Cómo es posible que hayamos llegado al punto de que haya extremistas que vean bien que los humanos nos extingamos del planeta?».
Consiguió lo que quería. Fue portada de los principales medios. Entrevistas en decenas de canales de televisión. Contó el caso de su familia. Que sus bisabuelos tuvieron entre seis y ocho hijos. Que sus abuelos tuvieron muchos primos hermanos, que ella conocía. Que ya sus abuelos tuvieron, dos, tres hijos como mucho. Y que ahora sus tíos solo tenían uno. Dos. Si acaso. Muchos de sus amigos no tenían hermanos ni apenas primos. Hacían falta niños y nadie se estaba tomando en serio el problema. Sí, había titulares sobre las pensiones. Empezaba a haberlos sobre falta de mano de obra para miles de empleos. Pero ni de lejos el debate de la escasez de niños estaba siendo tan importante como merecía, dadas las enormes consecuencias en el día a día que iba a suponer, desde cierres de colegios hasta el reto de cómo cuidar a los mayores.
Hubo una campaña que explicaba que, para tener hijos, no hacía falta estar encima de ellos hasta los 18 años
Los políticos tomaron nota. El presidente del Gobierno convocó una rueda de prensa y dijo que, desde ahora, todas las políticas públicas deberían tener en cuenta el impacto sobre las familias. Que habría una serie de baterías fiscales importantes para fomentar la natalidad. Hubo un periodista de izquierdas que, en el turno de preguntas, le dijo que si no le daba apuro empezar a parecerse a Franco, que había hasta premiado a las familias numerosas. En un alarde de madurez inédito en el debate público del país, el presidente contestó que había llegado la hora de pensar sobre los grandes retos, qué funcionaba y qué no y olvidarse de las etiquetas ideológicas y de quén las había puesto en marcha antes. Para espanto de sus asesores, incluso llegó a decir que estaba dispuesto a estudiar el caso de Hungría, donde las familias de cuatro hijos y más estaban exentas de pagar IRPF. «Pero, oiga, ¿sabe usted que está hablando de una política puesta en marcha por un populista de derechas, verdad?», preguntó el mismo periodista que había interpelado por Franco. «Sí, lo sé. Y vuelvo a insistir. Me da exactamente igual el color político de quien pone una política concreta a funcionar. Sólo me interesa saber si da resultados», explicó el presidente. Los asesores empezaron a sospechar que quizás alguien le había echado algo en la bebida. Que estaba muy cambiado.
Como la recepción del mensaje del presidente fue buena, enseguida los políticos de distintas comunidades y ayuntamientos se lanzaron a promover medidas para el fomento de la natalidad. Ya no estaba mal visto. El alcalde de una ciudad grande se atrevió incluso a decir que «no puede ser que nos preocupemos más por las mascotas que por los niños». Y aguantó bien el chaparrón de críticas porque supo explicar un futuro negro carbón sin niños. «Aquí no se trata de gritar histéricos con una pancarta que no hay planeta B. El planeta siempre va a estar aquí. Con humanos y sin humanos. Aquí se trata de gritar que queremos un planeta habitado por esos seres humanos que un día salieron de una cueva y han llegado a inventar aparatos voladores», se atrevió a explicar. Pasó mucho menos de lo que sus asesores de comunicación intuyeron. Fue una experiencia fascinante ver cómo se puede cambiar el pensamiento de grupo.
Se organizaron comités de departamentos de sociología de las mejores universidades del país. Se hicieron millones de encuestas. Se lanzaron campañas de publicidad. Reproducirse estaba bien. Sonrisas de niños que valían por ansiolíticos. Hubo una campaña que explicaba que, para tener hijos, no hacía falta estar encima de ellos hasta los 18 años, desde la cuna hasta el botellón. Hubo anuncios que fomentaban la independencia y la responsabilidad de los niños. Incluso mejoró la salud mental general. Hizo falta una niña que fuera contracorriente. Unos políticos que, en un momento dado, pensaron por sí mismos. Supieron discernir lo importante del postureo. El cambio demográfico se empezó a combatir con eficacia y sin ideología.
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