La arquitectura de la ciudad se debate hoy entre verticales y horizontales. Generalmente la polémica acaba con argumentos simples: la vertical es negativa, la línea ... del especulador; la horizontal es progresista. Pero como decía la canción de Pau Donés: depende, de según como se mire, todo depende...
Las torres que plantó el urbanismo de los sesenta en elegidas ubicaciones de la costa - Don Carlos, Torre Real,…- además de contribuir al enriquecimiento del paisaje, emulando faros, han resultado ser las intervenciones que han dejado la primera línea más permeable a construcciones que vinieron tras ellas buscando vistas. Mientras, la horizontal igualitaria que promovió el uso residencial adosado ha sido devastadora para los perfiles geográficos, alicatando laderas hasta hacer irreconocible la topografía. Así resulta que la construcción vertical, bien pensada, erosiona menos la superficie de la tierra y permite una mirada al horizonte más amplia.
Toda ciudad tiene su geometría. No hace mucho Salvador Moreno Peralta nos ilustró desde un excelente artículo sobre el eixample de Barcelona. Algo más que un callejero en cuadrícula con esquinas achaflanadas. Un sembrado reticular que sirvió para fijar un crecimiento ordenado de la ciudad, integrando en su expansión núcleos satélites, para con el tiempo convertirse en imagen propia de la ciudad, pues a Barcelona la reconocemos por su trama.
El corazón de Madrid corría el riesgo de infartar en el colapso de su cinturón M30. A la capital no le quedó más remedio para poder unir sus dos lados que reinventarse por debajo y tejió una red de metro que se duplicó en apenas 20 años. El rombo del logo es ya un símbolo madrileño. La letra M, omnipresente, en su ambivalencia Metro/Madrid puja por asumir imagen de ciudad, mientras el mapa de las líneas se sale de los paneles jugando a ser un cuadro abstracto.
Valencia contaba con avenidas que no sabían cómo atravesar un desierto llamado Turia. Un plan muy acertado no hizo más que aceptar su geometría y le plantó árboles al cauce yermo. La herida seca es ahora una serpiente de verde y sombra que abraza en doble lazo al casco histórico y lo une en paseo ameno con sus expansiones hacia el mar y al interior.
En Málaga hablamos por un lado de ciudad y por otro de Costa como si fueran dos realidades distintas cuando las vivimos como una sola cosa. Casas y playas, gente y coches, que sin perder de vista el mar, cabalgan sobre una doble autovía. Sin embargo esas dos líneas de tráfico que vertebran las localidades de la costa, cuando llegan a Málaga se desdibujan. La más antigua no sirve como Ronda pues no ofrece alternativa a ningún recorrido urbano. Y la más novedosa, gira para Alhaurin desde Torremolinos, sin tan siquiera asistir al aeropuerto.
En la Ciudad Costa de Málaga hace mucho que una carretera, la CN340, se hizo Calle, Carretera de Cádiz. La geometría de esta ciudad son edificios, calles y sus dos calles-carretera. Si Málaga quiere ser capital debe rediseñar las líneas que estructuran su realidad, por las que circula la sangre que le da vida, además de atender a esas otras líneas que dibujan el agua, el aire y el hombre sobre esta tierra. Pues sin rumbo, como alma en pena, transita la ciudad que no encuentra su geometría.
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