A favor de las Barbies peluqueras
EL FOCO ·
Hechos son amores y este Gobierno machaca a un sector muy feminizado, nada robotizado, que da cariño y charla a quien quiera, además de un buen peinadoNos hemos especializado en señalar supuestas anomalías españolas que no son tales -corrupción política, guerras civiles-y pasamos de algunas importantes. Una de ellas es ... el número de peluquerías y su papel social. Quien haya vivido en el extranjero más desarrollado conoce de los precios de un corte, un tinte o un peinado. Un lujito. Por eso, las malagueñas que aterrizan estos días de vuelta a casa desde sus trabajos europeos están deseando plantarse en la pelu para darse unas mechas, buen corte y tratamiento hidratante o alisador. Donde viven no pueden hacer como tantas en España, que no perdonan su cita semanal en la pelu. Muchos hemos tenido abuelas que acudían a su peluquería con la misma devoción que iban a misa y el humor les cambiaba si, por lo que fuera, se quedaban sin su «lavar y marcar». De ahí el éxito que han tenido servicios ambulantes de peluquería, que van en furgonetas adaptadas por los pueblos muy vacíos, mientras otras fantaseamos con que nos pudieran lavar y secar en una del AVE y aprovechar esas horas.
De los alimentos más gustosos de mi espíritu escéptico son las comprobaciones de cómo el mercado echa por tierra profecías elaboradas en despachos ministeriales o académicos, intelectuales iluminados respecto al futuro. Ahí tenemos a todos los que vaticinaban que los robots nos iban a sustituir en la mayoría de los trabajos. En eso pensaba yo un sábado al chocarme con sonrisas condescendientes cuando, sin cita, pedía en peluquería tras peluquería un buen corte de pelo. No, no hay robots que hablen de capas, de cortes rectos, de flequillos o de melenas de ondas suaves. Lo que me recuerda que, como tampoco son robots los que hacen entrevistas de trabajo, la socióloga británica Catherine Hakim aconseja a las mujeres paradas una buena imagen para encontrar trabajo, como argumenta en su teoría del capital erótico. Que se lo digan a la estilista que ha cambiado la imagen de Yolanda Díaz, la ministra de Trabajo, prologuista de 'El Manifiesto comunista'.
Ella, que tanto habla de los cuidados, podría reconocer el trabajo social que se hace en las miles de peluquerías españolas. Allí se pregunta por la familia, se comenta la prensa rosa o la más generalista y se habla de recetas. En las más finas, se hojean revistas de arquitectura más sofisticadas y hay silencio muy apreciado. Las hay con la banda sonora de las reinas de la televisión matinal y las que prefieren una selección de jazz. Más ruidosas y más zen, pero todas cumplen su función de que miles de clientes salgan con otro humor de allí. Sí, a veces un poco enfadadas, porque solo eran las puntas y hay que ver.
La cabellera cuidada y rubia de bote de Yolanda Díaz es una muestra de lo importante de la estética para el márketing político
Los profetas de los robots no vaticinaron nunca que a los hombres les daría también por hacerse más complicados con el cuidado capilar y que habría más clientes gracias a injertos que disminuyen la población de calvos. Ya no se trata solo de ir al peluquero de toda la vida, al que se le juraba la misma fidelidad que en el matrimonio, a oler a colonia de siempre, a charlar sobre fútbol o la última escandalera política y pedir el mismo corte. No. Ahora hay tupés, zonas diferenciadas en longitud, mechas y hasta laca, que me lo dijo el otro día la peluquera: hay que sostener las ondas que la gravedad no puede. Ahora ellos se peinan antes de pasar por el altar o el juzgado porque, por fin, se ha hecho realidad aquello de 'Ellos también se casan', la leyenda en la puerta del Río de la Plata, la tienda para novios en calle Compañía.
Fue en una peluquería hace años cuando aprendí sobre incentivos perversos. Estaba Mónica agobiada, con localito en una pedanía de Málaga, por no poder contratar a tiempo parcial a alguien que ayudara en la temporada alta de comuniones y bodas. «No quieren trabajar por 250 euros», se quejó. «¿Les vas a pagar eso?», contesté un poco escandalizada. Entonces me contó que, en su barrio, muchas cobraban la ayuda de 420 euros y, al ofrecer ella 670, le restaban la paga. No hace falta leer papers académicos para ver los efectos de algunas políticas públicas.
Sabemos que estos centros estéticos y sociales, estas pequeñas empresas, que se surten de mano de obra salida de estupendas academias, llevan meses soportando subidas del salario mínimo, reducciones de aforo, un IVA del 21% y escalada del precio de sus proveedores, además de factura eléctrica creciente. Acaban 2021 con una mala noticia: la negativa del Gobierno a bajar ese IVA al 10%. Ese gobierno que se declara el más feminista de nuestra historia resulta que está machacando a uno de los sectores con más mujeres empresarias.
Se pasan el día hablando del techo de cristal, de la discriminación, de las jornadas laborales y la conciliación y resulta que cuando hay un sector con miles de mujeres que han decidido ser ellas las que fijan las normas, las que contratan, las que ascienden, se convierten en invisibles para un gobierno centrado en que las niñas no se compren el último modelo de Barbie peluquera porque todas deben aspirar a ser astrofísicas, que ya se sabe la cantidad de empleo que hay en la NASA.
La economista María Blanco suele contar, hablando de feminismo, lo importante que ha sido el capitalismo para la emancipación de la mujer. El sector de las peluquerías es un buen ejemplo. La cabellera cuidada y rubia de bote de Yolanda Díaz, además, es una muestra de lo importante de la estética para el márketing político. Ella y su gobierno, a diferencia de María, no parece entender que el mercado da absoluta libertad a las mujeres para emprender, para abrir negocios y fijar sus normas. Cuando lo hacen en masa en un sector, el de la peluquería, les ponen obstáculos. No sabemos si serán trabas feministas, inclusivas, verdes o digitales. Hechos son amores y este Gobierno machaca a un sector muy feminizado, nada robotizado, que da cariño y charla a quien quiera, además de un buen peinado. La economía de los cuidados, que diría con cursilería Yolanda Díaz. Los dichos, de nuevo, y los hechos.
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