East Side Story
EL FOCO ·
Hay fenómenos sociales que dan señales de alarma con tiempo y conviene abordarlos. Son complejosEl mensaje pidiendo ayuda fue veloz, saltando de chat en chat y, en poco tiempo, acudieron a El Palo chavales de varios colegios de la ... zona en auxilio de sus amigos, a los que había amenazado una banda que ya les tenía hartos. Pudo acabar mal pero no fue el caso porque también llamaron a la Policía Local, que llegó justo a tiempo de parar una reyerta a la que, sin duda, no están acostumbrados los chavales congregados, más dados a pasar batallas en pantallas del Valorant. Pantallas de redes sociales como en las que se ven las fechorías, según hemos sabido, cometidas en los últimos meses por esos mismos que les fueron a atacar en una tarde apacible cerca del paseo marítimo de El Palo. Estaban tan orgullosos de tener amedrentados a tantos desde el centro hasta El Candado que creían que merecía la pena compartir sus gestas por «Insta». Ahora es la policía la que las está observando, que para eso se quedó con sus móviles, a ver de qué más les pueden acusar.
La reyerta fue menor gracias a la llegada de la policía que pudo evitar una gran pelea que quizás ni siquiera se hubiera producido por la prudencia de los convocados, a los que seguramente les movió la indignación y la hartura para echar a correr hacia allí y, una vez puestos en situación, les pudo la sensatez No iba a ser una pelea de bandas acostumbradas a la violencia, como ocurre en Madrid últimamente con las latinas, forjadas en una cultura tenebrosa de maras salvadoreñas en las que la vida no vale un euro. Eran unos delincuentes habituales frente a niños de pachanga de baloncesto y botellón de descampado con alcohol del chino de la esquina. Fue una pequeña East Side Story que les servirá a los adolescentes para contar anécdotas cuando queden en la celebración de sus 20 años de segundo de Bachillerato y que, por ahora, les ha dado cierto orgullo de barrio, «así los paramos en El Palo». Sus padres también tenemos anécdotas. Pasamos miedo alguna vez. En nuestra época había una banda, los Misuri, que eran muy hábiles en el manejo de los pitones de la motos y los vespinos &ndasha qué le sonará esto a nuestros hijos&ndash eran objeto frecuente de robos. También había a quien le robaban las zapatillas de marca a golpe de navaja y, por supuesto, nos tocó lidiar con los yonkis y la afición a romper cristales de coches para sacar las radios. Nada de eso se podía ver más que en el estricto directo, claro. No había cámaras de seguridad e internet y los móviles hubieran parecido un poco ciencia ficción. Sólo quedaba contarlo en el patio al día siguiente. No, no era un pasado idílico tampoco, como hizo bien en recordar Iván Gelitber en estas páginas. Todavía hoy, cuando preguntas, te contesta algún compañero de entonces: «Los Misuri eran malotes, malotes. Se metían en peleas todas las semanas y tenían a muchos chavales amenazados. Se pegaban a pitonazos». No podemos olvidar tampoco que hay en ese mismo barrio un clan del que hay miedo a hablar, incluso cuando uno de sus miembros se vio involucrado en un apuñalamiento en el campo de fútbol.
¿Debemos preocuparnos entonces por lo que pasó el otro día? Algún padre estaba encantado &ndashy lo puedo entender&ndash con la reacción de sus hijos, que acudieron rápido cuando sus amigos se lo pidieron. Es más preocupante que sintieran que eran ellos los que debían poner ya freno a lo que veían como un exceso de chulería repetido por parte de los agresores. Que pensaran un «hasta aquí hemos llegado». Hasta este momento del artículo no he escrito que unos cuantos de ellos eran magrebíes. Y es aquí, en este punto exacto, cuando surge la preocupación. La insatisfacción con la política tradicional que lleva a los extremos no surge de la nada. Miles de personas no se vuelven racistas, fascistas, machistas de repente. Muchos necesitan de gasolina, de hechos, para afianzar sus peores convicciones.
En poco tiempo, acudieron a El Palo chavales de varios colegios en auxilio de sus amigos, a los que había amenazado una banda
Málaga, afortunadamente, es una ciudad muy segura. Una de las razones por las que se viene a vivir aquí tanta gente es porque es una ciudad donde no se pasa miedo, como solo pueden apreciar los que vienen de fuera. En Londres, por ejemplo, desde hace años hay mucha preocupación con los apuñalamientos juveniles y en Nueva York la seguridad ha sido un asunto crucial en las elecciones a gobernador. Aquí no estamos en eso. Pero conviene que empecemos a poner remedio. Hay fenómenos sociales que dan señales de alarma con tiempo y conviene abordarlos. Son complejos. Esta semana, según informaba Cruz Morcillo en las páginas de ABC, se supo, con datos del Ministerio de Interior, que los delitos sexuales han aumentado y que el 34% los cometen extranjeros, muy sobrerrepresentados porque son el 11% de la población. ¿Qué hacer? Pues estudiar muy bien la complejidad de los perfiles, analizar si se pueden mejorar trámites administrativos judiciales, nada que tenga que ver con agitar el racismo pero tampoco obviar la realidad. Que no cunda la sensación de que se opera con cierta impunidad.
Los chicos del otro día, los que iban armados con palos y navaja, los que eran conocidos por haber robado móviles, han quedado en libertad. Son menores. Los chavales que acudieron a la llamada de auxilio de sus amigos saben que ya están en la calle. Los móviles no, esos se han quedado en manos de la policía. Pero hay quien tiene ciertas dudas sobre si ahora querrán tomarse alguna venganza. Parte dependerá de lo impunes que se sepan, de los trucos que conozcan para evitar los ingresos en los centros de menores.
La escena del East Side Story afortunadamente ha quedado en la que será para muchos la gran anécdota del curso. La que se recordará años después en las reuniones de antiguos alumnos. Las autoridades, los jueces y los fiscales se la pueden tomar, sin embargo, como una señal. Sin alarmismo, pero ahí está. Conviene recordar que este verano se montaron campañas institucionales ante las denuncias de unos pinchazos de sumisión química que han quedado sin probar. Lo del otro día ha ocurrido y está grabado. De la nota que tomen los responsables amplios de la seguridad dependerá de qué tipo de discurso se fomenta y de la gasolina que se eche a opciones políticas extremas.
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