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David triunfó

Miércoles, 25 de septiembre 2019, 08:08

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Los pequeños despiertan simpatía. No me refiero a los niños que ya están canonizados a todos los efectos y son los reyes del mundo. Gran ... diferencia con los tiempos pasados en los que éramos unos desgraciados que nadie nos tomaba demasiado en cuenta. Nos exhibían a las visitas a las que debíamos saludar muy cortésmente y luego desparecer haciendo el menor ruido posible. En la escuela lo pasábamos pésimo, siempre pendientes de los resultados de algún examen del que dependía las relaciones con nuestros mayores durante un período más o menos prolongado según la gravedad del asunto. Además, mirábamos permanentemente el futuro que se nos antojaba difícil. La pregunta típica que se nos formulaba es qué seríamos «cuando grandes» o «de mayor», atendida la latitud del interesado. Siempre teníamos una respuesta a mano porque dedicábamos buena parte de nuestras reflexiones al interrogante. Médicos, enfermeras, Abogados, bomberos, maquinistas, bailarinas... Hasta el más menguado de espíritu tenía su ilusión. Hoy no es así. La infancia vive el presente y es comprensible porque para ella es estupenda. Ninguna responsabilidad y todos los beneficios. Si suspendes una prueba no pasa nada, te asignan un profesor particular que, por supuesto, no pagas ni siquiera contribuyes a su estipendio con tu mesada. Si le pegas al profesor no te castigan, te envían a terapia, a un orientador o a un psicólogo. Si haces una pintada en la pared, los vecinos se aguantan y hasta a alguno le parece bonito. Si con el patinete atropellas a una vieja, peor para ella. Ni en Jauja.

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