Somos lo que comemos, dicen los nutricionistas, pero creo que más que de alimento, estamos hechos de tiempo. Somos lo que vivimos, el tiempo que ... duramos. Para vivir plenamente es preciso tener sueños en los que proyectarnos. Quizá viva más quién pasa más tiempo soñando.
Para Francisco Umbral la ciudad era el hábitat del pensador, del Sócrates urbano, un ser que no necesita comer pues se alimenta de las cosas que ve al callejear. Las ciudades históricas gustan de guardar muchas cosas, cosas de hoy y del pasado, por eso resultan más interesantes unas calles que otras, por muy bien diseñado que esté el barrio.
Identificamos ciudad con sus edificios, pero la vivimos por sus calles y éstas están hechas básicamente de aire. Nuestra Calle Larios se engalana por Semana Santa para ver pasar tronos y en ocasiones pone alfombras para eventos y artistas. Ahora sus edificios han sido escalados interiormente por buenas tiendas, pero antes fueron testigos de muchas miradas cruzadas de balcón a balcón o de balcón a la calle. Los quehaceres de los que fueron, dejaron huella en sus casas, pero sus palabras y miradas quedaron libres en el aire.
La vida y milagros de los grandes y pequeños personajes que habitaron y aun las habitan, impregna casas y plazas. Su suma imprime el carácter a la ciudad y en el aire se respira. Por eso no saben a nada los centros que no se habitan, aunque luzcan mu-chulos en selfies y postales. Por eso hoy Venecia es una caricatura de sí misma. Para que exista la ciudad hay que contarla y para contar una ciudad, hay que vivirla.
No son otra cosa que lugares que nos ha ido dejando el tiempo de otros, tiempo que ha cristalizado en edificios y plazas. Un legado que cada cual luego vive a su modo. Vivencias que hacen que las metrópolis no sean de nadie y sean un poco de todos.
Y así sucede que llega un día en que una esquina cualquiera, empieza a hablarnos de nosotros. A partir de ese momento esa calle, esa plaza, empieza a ser algo más que nuestra. Entonces a pesar de ruidos, pequeños desastres y decepciones, la ciudad que habitamos se nos hace entrañable a la par que nosotros, en la misma medida, hemos comenzado a formar parte de ella.
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