CRIADORES DE ACOSADORES CON LOGOS
EL FOCO ·
Los padres pueden elegir victimizar o aprovechar la coyuntura para dejar claro qué valores imperan en la familia¿Por qué a unos les va bien en la vida y a otros se les tuerce todo? ¿Qué es la suerte, qué el carácter, ... qué la genética? ¿Qué margen de maniobra tiene cada uno con sus circunstancias? ¿Cómo influyen los genes, cómo el ambiente? ¿Cómo influye el Estado de bienestar en igualar oportunidades? Puedo visualizar estanterías kilométricas llenas de libros de psicología, sociología, política y genética para tratar de dar respuesta, sin conseguirlo plenamente, a estas preguntas que alguna vez nos hemos hecho sobre nosotros o nuestros hijos.
Hace unos meses tuve la enorme suerte de poder visitar el museo del instituto Martiricos (oficialmente de Nuestra Señora de la Victoria) con el historiador Víctor Heredia. Además de otras maravillas, allí están los expedientes académicos de varias generaciones de malagueños que acudían a ese centro a hacer la reválida. Pudimos ver las matrículas de honor en ristra de uno de los políticos más importantes de la ciudad y los suspensos de un abogado y magnífico escritor y dibujante. Los dos, en cualquier caso, han tenido un reconomiento fuera de lo habitual y sus vidas se podrían calificar de exitosas. Allí, entre cientos de carpetas, pensé que sería un magnífico proyecto de sociología investigar qué fue de las biografías de los mejores expedientes. ¿Fueron las notas determinantes? ¿Fueron instantes fugaces de una manera de medir la excelencia? En la Universidad española hay poca costumbre de hacer este tipo de estudios que, sin embargo, en EE UU son más habituales. El más famoso de ellos es el Estudio Harvard sobre Desarrollo Adulto, iniciado en 1938 y que va ya por la segunda generación. Una de las conclusiones del seguimiento de cientos de hombres tanto de Harvard como de barrios de Boston de la misma edad es que el vínculo que se establece en la infancia en la familia marca de una manera bastante decisiva el modo en el que se enfrenta uno a las circunstancias, de tal manera que acabe sintiéndose más o menos feliz.
Estas preguntas me volvieron a asaltar el otro día al leer en SUR el reportaje sobre una nueva modalidad de acoso, el 'brand bullying', la discriminación a la que someten algunos niños a chavales que no llevan ropa de marca. El estudio verdaderamente interesante aquí estaría en la educación que dan los padres a unos y a otros. Para que un niño pueda fardar y, de paso, acosar por llevar ropa de marca cara es porque se lo ha comprado un adulto, que ha trasladado el mensaje, además, de que un logo te convierte en alguien mejor. Están en su perfecto derecho. No es algo nuevo, por otra parte. Allá por los 80, molaba todo hacerse con unos Levis 501 etiqueta roja. Unos han evolucionado a seguir dando importancia a las marcas y sus logos y otros hemos acabado de marca blanca, tan contentos. Se puede incluso querer marcas para unos productos y descartarlas para otros. O coger manía a otras por puro despecho, porque ya no se cabe en la talla 28 de aquellos vaqueros. Lo que es estupefaciente es que haya pringados que se crean mejores por un logo y, más preocupante aun, que consigan que algunos se sientan acosados, maltratados, victimizados por llevar unas zapatillas Decathlon y no unas Air Jordan de más de 200 euros.
Habrá que ver en qué se gastan el dinero del bono cultural los adolescentes acosadores de las marcas
En esas circunstancias, los padres pueden elegir victimizar o aprovechar la coyuntura para dejar claro qué valores imperan en la familia. Los que seguimos los consejos sabios de Gregorio Luri ('Mejor educados') sabemos de la importancia de que los hijos sientan que en casa de los Fernández las cosas son de una manera que no tiene por qué coincidir con la mayoría. No se puede decir que se quiere educar en el pensamiento crítico y, a la vez, tachar de acoso lo que hacen unos pringados que disimulan su mala educación y falta de neuronas con la chulería proporcionada por productos que se compran con dinero. No se le hace ningún favor a los niños por sentir pena hacia los que no se pueden comprar marcas. Nos sobra victimismo con tanto problema de primer mundo.
A las semanas de estar en Martiricos pisé el patio de Salesianos en una tarde lluviosa y triste para presentar el libro póstumo de Pablo Aranda, 'El mundo del revés'. Allí, su íntimo amigo Juan Gavilanes contó que Pablo decía que su padre le daba barra libre para gastar en cultura, ya fueran libros, películas, teatro o música. Me acordé entonces de la sensación gozosa de ir a la Librería Internacional, en La Nogalera, tan bien atendida por Fernando Casado y Reme y tener permiso para llevarme lo que quisiera. Las marcas eran editoriales.
Los muy deterministas creen que prácticamente no existe el libre albedrío, que venimos al mundo marcados incluso para educar de una manera. Otros nos empeñamos en creer que se puede elegir con naturalidad a qué se le da prioridad en casa. Lo que es gratis suele estar en el 'top', como saben los del estudio de Harvard. Abrazos, besos, risas, conversaciones -perdonen la cursilería-. En qué se gasta el dinero también traslada un mensaje subliminal. Se pueden comprar muchos libros con lo que cuesta un viaje a Eurodisney, en el caso de que haya que elegir. Aunque ni siquiera hace falta comprar libros con una biblioteca por distrito.
Habrá que ver en qué se gastan el dinero del bono cultural prometido por el Gobierno los adolescentes acosadores de las marcas. Por cierto, de acoso va también el libro póstumo de Pablo Aranda. Es una delicia y una risa ver cómo Gonza, el protagonista, se enfrenta a las circunstancias. No me lo puedo imaginar sintiéndose mal por no llevar marcas. 'El mundo del revés' es un buen regalo para cualquier adolescente y, además, es una manera de rendirle homenaje al padre de Pablo, que le dio barra libre de libros, y a Pablo, que traslada un mensaje de optimismo. Lejos de hacer víctimas de quien no lleva ropa de marca. Sólo faltaba. Como si en la vida no hubiera que luchar y perder otras batallas mucho más importantes. Saber o no qué nos hace felices o da sentido a estar aquí.
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