Se coronó ayer a Carlos III y con él se coronaron algunas de las esencias de la historia y del presente. Se podrá decir que ... con la ceremonia de la coronación se establece un ritual que nos acerca a la médula de lo humano, a aquello que supuestamente nos distingue del resto de los seres vivos. Tradiciones, reliquias, supersticiones, religión, solemnidad, poder, devoción. Todo para plasmar ante el mundo el advenimiento a la cumbre de la aristocracia de una persona que ha roto con parte de los viejos preceptos y que en parte también los contradice. Puede que esas contradicciones también formen parte del equipaje humano más íntimo y revelen su naturaleza más profunda.
Rito, pompa y parafernalia. La coronación fue un despliegue de majestuosidad en la misma medida que lo fue de protocolo, seguridad, fanatismo y repulsa. Y, por supuesto, el gran festival del cotilleo. Londres fue ayer centro de poder, peregrinación de la aristocracia, romería turística y cumbre de la información rosa. Presencias y ausencias en la ceremonia, en el balcón salutatorio. Estudio científico del vestuario, clasificación de elegancias, podium del mal gusto. Desfile de moda de la hidalguía mundial con la plebe divida entre la baba y la reprobación. El corazón herido de los viejos republicanos evocando la toma de la Bastilla o el espíritu regicida de Oliver Cromwell, aquel que llevó al patíbulo a otro Carlos, el primero de Inglaterra. Que los hijos cobren las virtudes de sus antepasados y paguen por todos sus pecados.
Y, naturalmente, el espejo. El reflejo que nuestro país recibe frente a la mayestática ceremonia de ayer y frente a la situación de nuestra monarquía herida. Herida por el rey emérito. Aquel que en tiempos ya lejanos era presentado día sí y día también como el padre de una familia normal. De una familia como las demás. Porque Juan Carlos era campechano, porque a veces aparecía conduciendo su propio coche o hacía una escapada en moto por los alrededores de Madrid. Un padre que un día llevó a sus hijos al colegio, y que, entre elefante y elefante, regalaba cientos de miles de euros a sus amantes o accedía al chantaje de alguna de ellas. Publicidad engañosa. Lo que nos vendían era falso y todos lo sabíamos. Una familia real no es una familia como cualquier otra. Ayer volvieron a quedar claras algunas de las diferencias. Lo que sí debe ser una familia real, como la del presidente de una república, es tan o más honrada que una familia normal. Y entender que la carroza de oro en la que realizan su majestuoso paseo es una reliquia del pasado y no un anticipo de todo lo que podrán abarcar sus brazos reales.
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