Cinco vacunados por centro
Vamos al contenedor de cartón a dejar los envoltorios de los regalos y al tercer confinamiento, o era el cuarto. A mi Españita le han ... traído los Reyes unas pilas para ponérselas. Los últimos muertos de las guerras son los muertos más grotescos. Se nos amontonaron los ataúdes, y ahora se nos amontona la fortuna. Se caduca la salvación. Se persignó Araceli, la primera vacunada, y la pusieron verde como los tomillares de Brihuega, pero las mujeres de la Alcarria cuando se santiguan, se santiguan por algo. La vida siempre viene así, a empellones, llevada por los designios, aunque ya nadie podría alegar que no se podía saber. Se podría haber pensado en los efectivos sanitarios para pinchar a los cien mil hijos de Araceli, se podría haber tenido en cuenta el transporte, el tiempo que toma descongelar los viales, las seis horas que dura el diluido y los cinco pacientes que debieran recibir las cinco dosis. Se podría haber preparado todo lo necesario en lo público, en lo privado, en lo civil y en lo militar, pero no se hizo, vaya usted a saber por qué. Estábamos en 'Qué horror los jóvenes', en los chistes de allegados y en planificar los langostinos por ración de fin de año y sobre todo, andábamos en la candidatura de las catalanas.
Al cálculo me salen cinco vacunados por centro de salud y día para ponerle la inyección a los 350.000 cada semana. No parecen tantos sin contar con esta Españita badulaque, que se reconstruye cada poco y cuando parece que avanza, necesita desastrarse, acaso reencontrarse en la hecatombe de la que proviene y a la que también se dirige, como un Sísifo que a cada tiempo eleva la piedra a lo alto de la cima de la montaña de su autoestima y cuando llega arriba, se le despeña por la otra parte. Tenemos inclinación al ridículo, a que nos sucedan cosas que se sabe que van a pasar y que se dejan llegar. La pandemia nos cogió por sorpresa la primera vez, la segunda y ahora también la tercera.
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