La catedral, víctima de la indolencia malagueña
La carta del director ·
El deterioro de 'La Manquita' sigue imparable ante la desidia de las administraciones públicas, el Obispado y la propia sociedad civilHay cosas que son difíciles de entender. Y una de ellas es el abandono institucional de la Catedral de Málaga, cuyo deterioro a causa de ... las goteras de su cubierta sigue imparable ante el desdén de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y, lo que es más extraño, ante la falta de determinación del propio Obispado de Málaga. A este panorama hay que sumar el desinterés de otras administraciones y de la propia sociedad civil, a las que parece no importar demasiado que el principal monumento de la ciudad siga sufriendo daños, algunos irreparables.
Si en los años 90 surgió la campaña 'Salvemos la Catedral', auspiciada por la entonces alcaldesa Celia Villalobos y el deán Francisco García Mota y en el que participaron numerosos malagueños y entidades, en estos tiempos casi todo el mundo mira para otro lado pese a que todos los estudios y trabajos demuestran el riesgo de daños si no se interviene en la cubierta del templo.
El intenso calor seco de este verano, con numerosos días de terral, ha vuelto a agudizar el agrietado de la piel de ladrillos que cubre las bóvedas de la Catedral de Málaga. Las fisuras, como se pudo comprobar en las imágenes publicadas por SUR, se multiplican y siguen siendo frecuentes los desprendimientos de arenilla y trozos de cúpula en el interior de la basílica. Si el próximo invierno trae lluvias torrenciales, el peligro aumentará y es posible que los daños sean aún más graves.
Desde el pasado mes de marzo la Consejería de Cultura tiene en su mesa el proyecto del Obispado de Málaga para construir un tejado a dos aguas que es heredero del que dejó dibujado en 1794 el arquitecto Ventura Rodríguez y que nunca llegó a realizarse, quizá por la falta de fondos. Este proyecto, liderado por los arquitectos Juan Manuel Sánchez La Chica y Alfonso de la Torre Prieto, ha contado con la participación de técnicos e historiadores y podría significar la solución definitiva a los problemas del templo, con un coste aproximado de diez millones de euros.
Pero resulta que, unos por otros, la Catedral sigue abandonada a su suerte sin que nadie dé un golpe en la mesa. Hay silencios atronadores, como, por ejemplo, el de la Academia de Bellas Artes de San Telmo, que no se pronuncia ante este grave problema. Resulta paradójico que realicen informes contra el proyecto de la torre del Puerto con el argumento de que afecta al Centro Histórico como Bien de Interés Cultural y, al mismo tiempo, ignoren absolutamente el progresivo daño que sufre la Catedral. Alguien, que los hay muy inteligentes, debería poner orden y cordura en esta academia centenaria. Y lo mismo ocurre con otras academias, sociedades y entidades. Quizá haya que organizar menos charlas y ser más activos en la defensa del patrimonio histórico y cultural de Málaga.
Porque, que se sepa hasta la fecha, las buenas palabras no apuntalan los monumentos. Y el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, sólo ha tenido buenas intenciones en este asunto. Málaga debería levantarse contra la indiferencia y demostrar si, de verdad, es una ciudad cultural más allá del eslogan 'Ciudad de los Museos'.
Y no sólo es la Catedral, porque los desperfectos de la muralla del Castillo de Gibralfaro, allá por noviembre de 2018, siguen ahí, atornillados como un símbolo dramático de la preocupación institucional por el patrimonio cultural.
Llama la atención que activistas culturales clamen, por ejemplo, por el hecho de que el artista Invader coloque un mosaico en la fachada del Obispado y, al mismo tiempo, les importe poco que la cubierta de la Catedral se esté desmoronando. O que se organicen manifestaciones y se cacareen críticas airadas para evitar la demolición de La Mundial, el Silo del Puerto o un aljibe del Puerto y, sin embargo, se asista impasible a los progresivos daños de la Catedral. Resulta todo un símbolo de los tiempos actuales: la paradoja que esconden quienes, bajo una fachada de sensibilidad cultural hecha de cartón piedra, andan sobre unos cimientos que necesitan ser apuntalados.
Sólo cabe esperar que, de alguna u otra forma, la ciudad despierte y se rebele contra la indolencia. Quizá es el momento de que cada uno, desde su esfera pública o privada, haga lo que tiene que hacer. Y quizás sea también la hora de recoger el testigo de 'salvemos la Catedral' y ponerse manos a la obra. No hay Hermitage ni museo ni hotel ni exposición que necesite tanto del compromiso colectivo de los malagueños como su Catedral. Lo demás es bla-bla-bla, pura palabrería que tal vez sirva para adornar solapas, pero en ningún caso para proteger el verdadero patrimonio público.
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