Cambio de década
PARECE que cada diez años nos tenemos que liar en la misma discusión. Que si las décadas y hace poco los siglos se rigen por ... las apariencias o por la aritmética. Estamos todos felicitándonos por el cambio que impone el dígito y los académicos vienen y nos aguan el panorama. Hay que reconocer que es bien difícil asumir que el 2020 pertenece a la década anterior -nunca la hemos llamado los años diez- como será complicado integrar el 2030 a los años veinte que, debido a las ocurrencias del siglo pasado son de los más famosos. Pero como dicen los que de esto saben, como no hubo año cero, el primero fue el año uno que pasó totalmente desapercibido. Nadie se dio cuenta que estaba viviéndolo porque, como es bien sabido, la asignación de esa numeración se hizo mucho después. Los que mandaban estaban entonces en el setecientos y tantos de la fundación de Roma, los judíos en el tres mil y pico de su calendario que entiendo se cuenta desde la creación del mundo. No son muy exactas las fechas y, en caso de dudas se puede recurrir a una película inmortal protagonizada por Spencer Tracy y al impecable argumento del Abogado del profesor de Tennessee condenado por enseñar que descendíamos del mono. El calendario hebreo juega con ventaja porque los meses son lunares y van, por eso, más rápidos. Ya están por el 5780, creo, mi amigo Yuval me felicita dos veces y seguro que tendrán sus discusiones sobre si están en la década de los setenta o de los ochenta.
El cero existe en general poco y la primera década se extendió como es evidente por diez años y terminó el año diez. A la segunda le pasó lo mismo y así, hasta hoy. La década inaugurada el año 2011 no termina hasta el 31 de diciembre de este año 2020. En caso de dudas, contar con los dedos es útil pero la cosa carece de gracia, no el contar sino el tener que aguantarse hasta el próximo año. Los viejos del lugar recordamos las encarnizadas discusiones, insultos incluidos cuando llegó el año 2000. Además del terror que nos habían infundido, no recuerdo quiénes, de que todo nuestro acervo informático se iría a la porra por un mal llamado efecto, recibimos ese Año Nuevo con la idea de que cambiábamos de siglo. Es una experiencia que sucede sólo cada cien años y no digamos nada de un cambio de milenio que ha sucedido sólo una vez en la historia de Occidente y que, tal como vamos tratando al pobre planeta es posible que no vuelva a acontecer. Tampoco es imposible que con este afán de laicizar todo, a alguien se le ocurra que la era debería comenzar con otro acontecimiento que no tuviese reminiscencias religiosas. No quiero dar ideas. Lo hago con la absoluta convicción de que jamás nos pondríamos de acuerdo en encontrar el suceso merecedor de marcar el cambio de época. Dejemos las cosas como están y cuando digo esto no sólo me refiero al calendario. Recuerdo que yo argüía por aquel entonces, me gustaba discutir más que ahora porque ya me han convencido de muchas cosas, que al año 2000, comenzase o no el siglo XXI con él, nadie le iba a quitar su brillo, su redondez y su importancia y que había que esperar al 2001, que se adivinaba bastante más modestito, para darle cierto significado y celebrar el definitivo paso de una centuria a otra. Total que creo recordar que convencí a poca gente con mi argumento.
Y resultó que el 2001 fue de lo más aciago porque se atentó contra las Torres Gemelas quedándose mucha población con las ganas de treparse hasta la terraza en todo lo alto y dominar el panorama. Dicen que el mundo cambió en esa fecha fatídica. No sé si tanto pero lo que sí sé es que se acallaron las críticas por el escrutinio al que someten a nuestro equipaje y, frecuentemente, a nuestros cuerpos al tratar de embarcar en un aeropuerto. El turismo no se ha resentido, a pesar de ello, y en las calles de Marbella no cabía un alma el día de San Silvestre.
Lo que es a mí, el guardia de seguridad me ahorró la Talquistina de la noche.
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