Los buenos hipócritas
EL FOCO ·
Como sociedad, no somos capaces de articular un debate público que se está pudriendo en el ámbito privadoSi usted, por un casual, se topa con una fila de inmigrantes haciendo cola en una sucursal bancaria en el centro de la ciudad, no ... se preocupe por nada, todo está bajo control aunque no nos expliquen cómo o en qué consiste el operativo de atención a esas personas. Aunque no sepamos cómo han llegado hasta allí. Aunque ignoremos su destino más cercano. El Gobierno, el mismo que exige empatía para todo, está malpensando de todos nosotros y cree que no podremos entender cuando nos expliquen que esas personas que están en una cola esperando un cheque son refugiados cuidadosamente entrevistados por los servicios de Inmigración, amenazados en sus países en guerra, que han pasado un infierno para llegar a España. No. Mejor no dice nada y nos deja la tarea de malpensar a nosotros y así puede pasar que nos dé por preguntarnos si no estará todo descontrolado, si no estará el Gobierno deseando que cojan ese cheque, se suban en un autobús y se marchen a un barrio gueto de Francia, de Bélgica, de Suecia.
Si usted es de los que se han molestado en ver esos trayectos que salen de las Islas con destino a la Península por esas maravillas de aplicaciones de radares de vuelo y comprueba que hay ciertos aviones con una actividad inusitada a horas extrañas, no tiene nada por lo que interesarse. Es más, si lo hace, si le intriga qué está haciendo el Gobierno con esas personas, que sepa que es usted un racista. Hace unos días, el departamento que dirige José Luis Escrivá, que lleva 'migraciones' en el título del ministerio, explicó que nunca dan información sobre traslados y que tampoco lo pensaba hacer sobre la llegada a Granada de unos 200, sin notificación a ninguna autoridad, porque se estaba vertiendo mucha xenofobia. A quién se le ocurre preguntar por cómo se moverán por una ciudad con muchísimas restricciones para sus vecinos. El solo pensamiento, sépalo usted, le convierte en una mala persona.
Y, como el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, no quiere que nos convirtamos en unos desconfiados racistas, prefiere mentirnos a la cara, tranquilamente. Ya pueden echar humo los grupos de policías por WhatsApp, ya pueden los ciudadanos colgar en Twitter vídeos de las llegadas, él es capaz de decir que no se está trasladando a nadie porque lo que quiere es repatriar a los inmigrantes ilegales a sus países para no fomentar las mafias y el efecto llamada. La foto en el banco no salió en los medios, pero a buen seguro que circuló por los grupos de inmigrantes que están a la espera de montarse en un cayuco en la costa occidental de Marruecos. También, de paso, fue de chat en chat en España, adornada con frases de indignación que acaban por ser, sí, racistas. Eso logra la desinformación.
La inmigración se suma de esa manera al listado de temas de los que no se puede hablar
Es mejor no dejar a los fotógrafos que se acerquen mucho a los muelles de los puertos de llegada. Da igual que se quejen los fotógrafos más renombrados del panorama nacional, no se permite el acceso y punto. Que ya se les ha pasado el subidón de la llegada televisada del 'Aquarius' y el spin doctor de Iván Redondo anda haciendo cálculos electorales sobre la implicación de todo esto: ¿dará alas a Vox? Eso es justo lo que conviene a los inquilinos de La Moncloa y a los socios con mando en BOE.
Una cosa era cuando nos íbamos a rescatar a los que salían de las costas de Libia y otra muy distinta que la opinión pública ponga caras, cifras y mantas a los que están llegando a las Canarias. La opacidad en este asunto empezó pronto con Pedro Sánchez. Ya hace dos navidades que prohibió informar del número de llegadas desde la cuenta oficial en Twitter de Salvamento Marítimo. De paso, nos dejamos de enterar de la gran labor que hace este cuerpo especializado en rescates en el mar. Tampoco quiere el ministerio que sepamos al detalle cómo van las repatriaciones, pero sí se sabe que las están haciendo. Vuelos también de vuelta a sus países. No sé si, en ese caso, lo que quiere evitar Iván Redondo, el mismo que hizo una campaña antiinmigración para llevar a García Albiol a la Alcaldía de Badalona, es que el electorado de izquierdas vea a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias como unos malvados, capaces de montar en un avión de vuelta a quien se ha jugado la vida por llegar a nuestro paraíso.
De fondo, como explica el ensayista Douglas Murray, autor de 'La masa enfurecida', está la incapacidad occidental para afrontar el debate de la inmigración sin tapujos y en términos más racionales que sentimentales. Así seguimos con nuestra cuestionable hipocresía, la misma que expresa asco por las palabras de Donald Trump con el muro de México, pero que sabe que dormimos más tranquilos con las concertinas en Ceuta y Melilla, con los fondos para que Turquía mantenga campamentos de refugiados de Oriente Medio, con las viudas europeas fanatizadas del Isis en cárceles en el Kurdistán porque no las queremos de vuelta. Somos muy buenos. Muy buenos hipócritas.
Como sociedad, no somos capaces de articular un debate público que se está pudriendo en el ámbito privado. ¿Debemos favorecer la inmigración de algunos países? ¿Se están adaptando mejor a nuestros valores democráticos y costumbres los venezolanos que también huyen del hambre y la represión política? ¿Qué sabemos del respeto a las oportunidades de las mujeres en algunos colectivos? ¿Nos debe importar? ¿Del respeto a los homosexuales? ¿Qué capacidad de maniobra tiene España respecto a Marruecos en su política exterior? ¿Debemos asumir que nos tiene cogidos por los cayucos y las pateras? Si de verdad queremos ayudar, ¿nos conviene acoger a los más fuertes y con dinero para salir de sus países o quizás ir a por las niñas y mujeres amenazadas por Boko Haram?
La inmigración se suma de esa manera al listado de temas de los que no se puede hablar porque el mero planteamiento de un debate sobre él te sitúa en el lado de los malos. Sin matices. Y así es como va muriendo la democracia.
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