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Aquel colegio Platero de finales de los años 80 y primeros 90 ofrecía a sus afortunados alumnos un concepto revolucionario de la educación. Eran tiempos ... de cambio, de hacer cosas distintas. Por desgracia, creo que es muy difícil que los niños de ahora vivan algo así. El mero hecho de que algunos profesores se atrevieran a sacarnos de las aulas para dar las clases en el campo ya era una actitud radical. Los amigos que tengo que son profes dicen que ahora nadie se atreve, más por miedo a los padres que a los propios niños. También me temo que hay menos ganas entre los docentes por arriesgar y salirse del guion establecido.
Aquellas lecciones de ciencias naturales en medio del monte fueron determinantes en mi forma de ver y afrontar la vida. Las mañanas clasificando bichos, árboles y arbustos, en parajes como Pinares de San Antón, en Los Montes de Málaga, en el jardín botánico de La Concepción o en el Parque eran mucho más que meras excursiones para pasar el día: eran un verdadero trabajo de campo. Y al frente de la patuleta de niños siempre recordaré a Antonio Troya.
Muchos aprendimos a amar y a respetar la naturaleza de su mano. Aquellas clases, más allá de los conceptos que éramos más o menos capaces de asimilar, tenían un trasfondo ecologista que nos ha marcado, a mí y a muchos de mis compañeros de entonces. Ese aprendizaje desde la práctica, más allá de los libros, forjó conceptos que aún hoy utilizo en mi trabajo como periodista. Aquella base, unida a las enseñanzas posteriores de científicos y de grandes profesionales de los montes, es la que, muchos años después, me ayudó a comprender los valores de la Sierra de las Nieves, hoy ya por justicia convertida en parque nacional, con el pinsapo como símbolo natural de nuestra provincia. También la necesidad de preservar el agua y hacer un consumo responsable, y de la movilidad y la energía... Hasta llegar en última instancia a la meteorología y el estudio del impacto del cambio climático.
Me siento muy afortunado por haber tenido profesores como él. Al final, este sistema educativo pernicioso, de pantallas, notas y asignaturas omite lo más importante, que es la formación de la persona en valores. De una manera lúdica, sin la presión evaluativa, donde el aprendizaje se base en la búsqueda y en el descubrimiento de las inquietudes personales. Haciendo ciencia a cada paso del camino, casi sin darse cuenta. Es algo impagable. Nunca se lo dije en vida, así que me van a permitir que en su marcha de este mundo le rinda este pequeño homenaje al buen maestro que fue. Gracias, Troya.
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