El breve liderazgo de Álvaro Atayfor
Tendemos a destacar aquellas efemérides de la historia local que creemos más significativas, como si pretendiéramos legitimarnos en determinados hechos históricos, aunque dejemos a un ... lado otros igualmente trascendentales y menos valorados. A toro pasado, y en contra de mi costumbre de no ocuparme demasiado de los acontecimientos bélicos, quiero reseñar los casi 450 años transcurridos de la toma del fuerte de Arboto por el duque de Arcos, acaecida el 20 de septiembre de 1571. Con ella pusieron fin a la resistencia de los moriscos de la Tierra de Marbella y del Havaral de Ronda, refugiados en la cima de la hoy denominada Plaza de Armas, en la Sierra del Real. Una lucha que conocemos por las crónicas de Luis del Mármol y Hurtado de Mendoza, coetáneos a la sublevación, y por las fuentes archivísticas.
El levantamiento de los moriscos del obispado malacitano tuvo su origen en Granada y en el compromiso adquirido por el istaní Pacheco Manxuz de convencer a sus paisanos para secundar la rebelión. Según el Libro de Apeos, por aquel tiempo Istán era el lugar más rico de la zona, en el que vivían 146 vecinos moriscos, «todos casados. Y no avia cristianos viejos ningunos sino solamente el beneficiado Escalante». Situación que «mediante su pujanza y riqueza, haciendo cabeza de sí mismo, había sido el primero del levantamiento en la comarca de Marbella, y jurisdicción de Vélez Málaga y Ronda». Decisión que arrastró nefastas consecuencias pues cuando perdieron la guerra fueron deportados hacia las tierras del interior peninsular.
Cuando Manxuz regresó a su pueblo, traía un documento de vital importancia: una carta en la que el recién nombrado rey, Aben Humeya, los alentaba a participar en la revuelta, y que la Inquisición trató de recuperar para comprobar su veracidad, «la cual, vista acá y traducida, hallamos que era carta acordada del Albaysin de Granada y del rey que ellos levantaron, que la enviaban a aquella villa para que se levantasen». Debe tenerse en cuenta que la rebelión fue organizada por las élites granadinas y secundada por las de las Alpujarras e Istán, un grupo económicamente poderoso que veía mermar sus caudales a pasos agigantados, quedándoles tan sólo la esperanza de recuperar su antiguo estatus venciendo en tan desigual contienda. Y fue la confianza depositada en una hipotética ayuda de sus hermanos norteafricanos, la que les indujo a refugiarse en la cima del fuerte de Arboto en donde acogieron a cuantos disidentes, procedentes de los lugares comarcanos, se sumaron a la causa. El incremento de rebeldes rompió la inicial convivencia debido a las rivalidades surgidas sobre quién debería ejercer el liderazgo; acaso el hecho más conocido sea la insubordinación de Alonso el Meliche, que destituyó a Álvaro Atayfor aprovechando su marcha a Casares para negociar «las paces» con el duque de Arcos.
Las luchas internas les impidieron cohesionarse para resistir al ejército en lugar de huir. Como informó el duque al rey: «El sitio que tenían los moros se tomó ayer aviendo peleado con ellos tres horas y algo más. Quando acabé de subir, avía ydo parte de la vanguardia en alcançe de los moros hasta río Verde. Y hallando cantidad de moras y muchachos, detuviéronse en tomar las que pudieron, que serían más de quatroçientas». Número que rectifica ante el presidente del Consejo de Guerra: «Aunque escrivo a su magestad que serán como quatroçientas personas las que se tomaron, después he sabido que son más de seisçientas». Un grupo debilitado tras permanecer 628 días atrincherados en la sierra sin contar con más alimentos que la precaria ayuda de algunos moriscos de los pueblos cercanos.
Tras su destitución, el Atayfor desarrolló una actitud poco acorde con su anterior trayectoria. Si bien en octubre se entregó a Carlos de Villegas «con dos hijos y un sobrino, pequeños» y un arcabuz como única arma, enseguida se ocupó de guiar al ejército en la persecución de los sublevados, una dedicación que, como era de esperar, despertó el odio entre sus antiguos correligionarios. Desde el final de la guerra se pierde su rastro hasta que, en 1581, es juzgado por la Inquisición de Córdoba acusado de dirigir a los rebeldes. Como defensa alegó que «fue capitán doce días, y mientras vino a tratar de paz con el duque de Arcos, eligieron otro en su lugar», el Meliche. Asimismo, admitió que volvió a ser moro en la sierra, que realizó casamientos por el rito islámico y cambió sus nombres cristianos por los «de moros». Manifestó su arrepentimiento, ya que «ha llorado y que si hubiere de morir, norabuena y si no, que hagan de él lo que quisieren». La frialdad del documento impide atisbar si sus palabras eran sinceras o si intentaba eludir el castigo, como realmente ocurrió, pues fue exculpado.
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