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Bienvenido, señor cura

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Lunes, 18 de septiembre 2017, 07:40

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El veranillo del membrillo, bisagra entre estaciones, es testigo silencioso de algo que todos los años se produce: el traslado a nuevos destinos de sacerdotes. Sacerdotes de todo tipo y edad que, en función de las necesidades diocesanas o personales, son ubicados en el lugar que se considera más apropiado para el servicio que desempeñan y su desarrollo sacerdotal. ¡Cuánto bien puede llegar a hacer un presbítero en una parroquia!

La llegada de un cura a una nueva comunidad suele generar expectación entre fieles y vecinos. La cabeza de una comunidad parroquial, al día de hoy, en bastantes casos, no deja indiferente. Sacerdotes hay de todo y para todos los gustos, recordemos que son personas, pero todos tienen algo en común: su consagración a Dios y al pueblo. Y, salvo algún garbanzo negro, son gente muy buena.

Por eso es significativo el tipo de acogida que el presbítero puede llegar a recibir de la comunidad a la que llega a servir. Hay parroquias que realizan una extraordinaria bienvenida; otras marcan cierta distancia y otras directamente no contemplan el saludo inicial: escupen al cura nuevo que no es bienvenido, dándose la paradoja de que, en determinados lugares, el pueblo o barrio donde se ubica la parroquia es más acogedor con el nuevo vecino que la propia comunidad parroquial a la que llega. Y es que un sacerdote, enviado al destino por el obispo, puede llegar a suponer un revulsivo para determinados grupos parroquiales. Y en otras ocasiones es el párroco saliente el que no facilita las cosas poniendo palos en el camino de llegada. En otras sí, las más de las veces, hay una sincera acogida y agradecida salida. Haciendo gala de algo tan humano y espiritual como es la hospitalidad, la comunidad parroquial acoge a su nuevo pastor y el sacerdote saliente, agradecido por el tiempo compartido en la fe y la caridad, facilita el camino de llegada al entrante.

Es bueno valorar la figura del presbítero que dejándolo todo cambia de destino, que sin conocer a nadie y en no pocas ocasiones con lo puesto aterriza en un pueblo nuevo o barriada. Los sacerdotes, por regla general, son gente culta, preparada y bondadosa. Hombres que han entregado, como mejor saben y pueden, su vida a Dios y a la gente, especialmente a los más pobres. Seres humanos que viajan sin mapa pero guiados por la brújula del corazón y el Evangelio.

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