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Campana de vacío, haz de luz protectora a través de anaqueles repletos, rincones para esconderse, ensimismarse, borrarse del mundo. La mejor película en papel biblia ... con atractivos canallas y bellas mujeres esclavas de pasiones fulgurantes, inteligencias superiores, buenos y malos amores, héroes sin mallas, dioses sin Olimpo, caballeros con el honor mancillado, historias reales y reales historias, dandis entre espejos y retratos putrefactos, hombres inmortales que viajan por el tiempo de un ciego vidente, y rayuelas pintadas en las anchas avenidas porteñas mientras sobrevuelan helicópteros, y sepulcros blanqueados donde duermen condes noctívagos de colmillos succionadores y heráldicas perdidas, manuscritos hallados, viajes al fin de la noche y al principio del día, y generales incestuosos y mágicos, y tiranos banderas, arroz y tartana, barracas, sangre y arena, damas aburridas o suicidas, y Orfeos motorizados, y mitos, leyendas. Frases mil veces subrayadas con lápices de colores y el sí de las niñas y el no de la censura inquisitiva, insistente, maquiavélica, criticona, y Otelos desmadrados o médicos con la honra asesina, y la vida es sueño, y quimeras en palacios encantados con mil noches y mil cuentos, además de traiciones, amores, odios, rencores, venganzas, resentimientos y certeras reflexiones, y Rinconete y Cortadillo. Efectivamente: todo esto y mucho más está en los libros. Hay escasa diferencia entre lo que eres y lo que lees. La promiscuidad entre libro y lector es irrefrenable porque intentas memorizar lo que has leído, interpretarlo, recomponerlo con la misma u otras lecturas, hasta que te transformas y te sientes lleno y vacío, porque, en ocasiones, la memoria falla. La desesperación ocasionada por el olvido es una de las causas del suicidio intelectual. Escribe Jorge Larrosa: «Afuera es de noche. Aunque es de noche es de día. En ocasiones llueve y si no llueve haces venir la lluvia. Todo lector sesudo sabe que no le va la primavera, que necesita la tormenta para refugiarse en cualquier, libro».
El pasado martes 24 se celebró el día de las bibliotecas. Se trata, aseguran, de recordar lo que han supuesto estos santuarios del conocimiento para la formación del espíritu, la moderación, la centralidad: Alejandría, Pérgamo, El Escorial. Me parece una iniciativa generosa, pero las conmemoraciones -vivido en carne propia- esconden un arma de doble filo, que es el recordar un minuto y olvidar el resto del día: postureo. Borges escribió que las bibliotecas son la prolongación de nuestra memoria, del que la tenga, claro. Ser un escritor ignorante no es tan negativo: te libra de la tentación del plagio. Y del bucle, de la estulticia, del mercado de abastos al intentar aferrarnos a una tradición que en el fondo nos niega.
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