Balas perdidas, niños al suelo
Quien puede, se larga. Eso da una idea de todo lo que queda por hacer en La Palmilla
El acceso a la vivienda en Málaga es ya el centro del debate electoral y la inseguridad en La Palmilla se ha colado de manera ... secundaria, como una bala perdida. Como las que volaron el otro día sin que esta vez, menos mal, alcanzaran a nadie por accidente y lo matara, como aquella otra vez, mientras veía la tele en el salón. Pero hubo miedo. Que se lo digan a los niños, que se le cuentan luego a los profes. Son dos temas que podrían no tener relación, pero da la casualidad que La Palmilla es un barrio que se hizo para proporcionar viviendas a desplazados de otras zonas de la ciudad, un entramado urbano, el de entonces, sin agua corriente en algunos sitios, donde había arroyos que se desbordaban y calles sin asfaltar. Llegaron a un sitio a estrenar. ¿Cómo evoluciona un barrio de vivienda pública en su mayoría? ¿Por qué unos toman un rumbo y algunos otro distinto? ¿Qué pasa allí? En una época donde es imposible, no ya difícil, la huida del trazo grueso es todo un reto buscar explicaciones. Complejas. Soluciones a medio, a largo plazo, que no caben en un programa electoral, en un lema de campaña. La reacción inmediata de muchos vecinos, a los que da voz Proyecto Hogar, fue pedir más control policial. Pero ojalá la solución se ciñera sólo a eso.
Hace más de diez años, José María Romero, arquitecto y profesor de la universidad de Granada, hizo con sus alumnos unos talleres allí y recopiló resultados y testimonios en un documento. «Cuando hicieron el barrio era precioso, muchos de los que lo construyeron incluso se quedaron a vivir», decía, por ejemplo, Encarnación Criado, vecina desde el inicio. Unas páginas más adelante, otra vecina habla del descontrol con los alquileres, cómo se subarrendaban a inmigrantes y nadie se hacia cargo del mantenimiento comunitario. Otra más, llegada desde Granada, empadronada en un centro de menores, se quejaba de lo trabajoso que era subir con un niño de un año hasta el noveno piso sin ascensor, con el hueco lleno de basura.
¿Qué ha ido pasando? ¿Cómo se evalúan las distintas iniciativas que se han puesto en marcha? ¿Qué resultados académicos ha habido desde hace 40 años? ¿Existe de verdad un interés por mejorarlos? Hay multitud de programas de apoyo escolar pero no en todos se exige el compromiso de las familias para aprovechar esos recursos. Los incentivos son unas herramientas para premiar o castigar conductas que, en muchas ocasiones, no acaban funcionando como se esperaba. Por eso es indispensable evaluarlos. Ahora habla otro vecino: «En los programas de refuerzo escolar del barrio que hacen distintas ONG hay niños que no han ido a clase por la mañana y no sé si eso tiene mucho sentido». ¿Pueden los niños recuperar por la tarde lo que no han hecho por la mañana? El educativo es uno de los problemas, aunque no menor. De todo se habla en Onda Color, esa suerte de radio comunitaria que es de la más activas de España, hasta con un premio Ondas por un podcast.
¿Qué resultados académicos ha habido desde hace 40 años? ¿Existe de verdad un interés por mejorarlos?
En La Palmilla se hizo famoso un edificio y no fue por un premio de arquitectura. Era Cabriel 27, el analizado por los alumnos de José María Romero. Durante años, hubo una señora sentada en la puerta que era la que manejaba el cotarro de los subalquileres. Tenía un apodo soez. El ascensor, cuando yo lo vi, estaba como lo describían los alumnos de Granada: pestilente y lleno de basura. Había viviendas sin puertas, en otras era notorio que se trapicheaba y el aspecto general era de absoluto abandono. Después de varios titulares, de reuniones, finalmente el Ayuntamiento decidió expropiar y reformar pero ha sido un proceso laborioso, de arqueología de escrituras. Mientras, ahí sigue, como símbolo de la degradación del barrio. Seguro que fue en su día una de las casas bonitas de las que hablaba Encarnación.
El barrio, con un fuerte sentimiento de identidad, se mueve entre los deseos de quitarse el estigma de marginalidad y, a la vez, se duele cuando no se afrontan los problemas. Pero, si quitar ese estigma sólo significa no hablar de La Palmilla, ocurre lo del último tiroteo al aire: hay quien se puede extrañar del suceso porque ya no se hablaba tanto fuera de allí de los problemas, sus calles habían dejado de ser el escenario favorito de los reporteros callejeros que cazan miseria. La situación, silenciada, seguía ahí.
Jose Miguel Santos, profesor y exdirector en el colegio de las Hermanas Misioneras, concertado, es uno de los que no ha dejado de hablar nunca de ella. Es más, ve inconveniente en que, por lo general, se haya dejado de hacerlo. «Se dicen cosas en privado que luego no salen en público», explica. Acumula datos sobre programas de inserción social, de ayudas educativas, de absentismo, de uso de las ayudas sociales: hay mucho que estudiar y que evaluar. José Miguel, además, tiene mil observaciones en un colegio donde muchos se dejan la piel para que sus alumnos tengan recursos extras, cariño y autoridad. Y hay miedo a hablar de ciertas cosas. No conviene negarlo.
Otros, por ejemplo, se preguntan por qué se desmanteló una unidad policial dedicada al menudeo que funcionaba bien. De que nada se arregla diciendo que todo es cuestión de alguna disputa sentimental entre familias que salta por los aires de vez en cuando. En prensa se queda en un suceso puntual pero el miedo de los niños dura días. Y permanece en el cerebro, porque está estudiado el daño neurológico que produce vivir con miedo en la infancia.
Quien puede, se larga. Eso da una idea de todo lo que queda por hacer. En un barrio con unos bloques que no son peores que muchos de los que hay de los años 60 por el resto de Málaga. De un barrio que está casi a la sombra de las torres de Martiricos que se han vendido a precios carísimos. A un paso de dos institutos grandes, de tradición, de los que han salido universitarios y gentes con buenos oficios: Martiricos y el Rosaleda. Al lado de Principia, el centro donde se hace divulgación científica, donde los niños miran documentales sobre las estrellas.
Allí al lado, en La Palmilla, hay veces que se van unas balas perdidas al cielo. Y los niños se echan al suelo. Hay otros problemas de viviendas.
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