De lectura y Trump
Antonio Garrido
Domingo, 15 de enero 2017, 10:14
La estadística es una disciplina bastante fría por sí misma, aunque no una ciencia exacta como quieren algunos, y el dato que sigue es aún ... más frío: cuatro de cada diez españoles no leen nunca. No me importan las comparaciones con otros países de nuestro entorno con los que seguro que estamos en desventaja. Un cuarenta por ciento de la población no lee. Dicho esto, procede rasgarse las vestiduras y buscar un comité de ¿expertos? muy bien pagados por cierto, como uno de esos expertos que conozco, adalid de la enseñanza pública y que llega a su hijo a un colegio privado.
Por enésima vez y van., se anuncia un Plan de Fomento de la Lectura y se plantea que se dedique a esta actividad el mismo tiempo que a la Educación Física. Seguimos sin enterarnos de nada o, lo que es peor, sin ganas de enterarnos. Buenas palabras, discursitos más o menos ingeniosos y el manto de lo políticamente correcto oculta la realidad de una sociedad donde el analfabetismo funcional es una lamentable y triste realidad.
Ya no se ha vuelto a repetir esa cantinela de la generación mejor preparada de la historia; pues nada muy bien, léase el Informe Pisa, analícese el nivel de formación del profesorado en todos los niveles y lo más importante, la clave, la dejación de la responsabilidad de las familias en la educación de sus hijos que ha convertido el centro escolar en un hogar sustituto donde el maestro o el profesor tiene que bregar y sufrir hasta llegar a la depresión los excesos de alumnos y de padres. Bien está poner paños calientes y sacar estadísticas a relucir. Mirar para otro lado no es más que un acto de cobardía. Que no se haya llegado a un pacto educativo en décadas es el peor ejemplo de la inanidad de la política para enfrentarse al problema más importante de una sociedad: la educación.
No leer es no comprender, no imaginar, no crear, no esforzarse. No leer es la condena de la incultura que es la cadena que traba la libertad de los individuos. No leer es ser víctima de los demagogos de toda laya y de toda ocasión, los que adulan a una masa sin el menor espíritu crítico y capacidad de discernimiento. Hay que educar a las familias en el placer lector y en el esfuerzo lector porque el conocimiento no es caramelito dulce que idiotiza. Esta degradación no es de ahora. Hace bastantes años algunos colegas que solo puedo calificar de penosamente ingenuos sustituyeron en sus clases de bachillerato los textos literarios por los tebeos. - que, por cierto, me encantan - y se sentían muy modernos con el alumno coleguita. El esfuerzo es muy malo y lo que importa es pasarlo bien, muy bien. No sabían que con la literatura no se pasa bien, se pasa mejor que bien.
La primera medida para resolver el problema es hablar claro y enfrentarse al problema, en este caso la lectura, que supera con mucho el puramente académico, y que es parte fundamental de la educación de nuestra sociedad.
El próximo día 20 de enero el señor Donald Trump jurará el cargo de presidente de los Estados Unidos y se convertirá, es opinión común, en la persona más poderosa del planeta. La transición entre Obama y Trump está siendo difícil y áspera en muchos momentos y el lenguaje es el campo de batalla donde podemos analizar esta situación.
Obama llegó para muchos como el salvador del mundo y bien pronto que le fue entregado el Premio Nobel de la Paz. Su lenguaje, buen orador por cierto, era un universo utópico, lleno de bondad, de solidaridad, complete el lector el listado de términos que corresponde a este planteamiento. La realidad ha desmentido con su tozudez aquellos ideales que fueron una bandera de progreso que muchos siguieron por buena fe o por cálculo y que llegó hasta la formulación de las utopías que iban a llevar a la humanidad a la tierra de Jauja. Este discurso se ha mostrado excesivo ante lo que Maquiavelo llamó la razón de estado donde la ética y la moral brillan por su ausencia.
En el extremo opuesto, la violencia hasta llegar al paroxismo y la grosería del lenguaje del nuevo presidente. Se trata de un discurso donde cada palabra de Obama encuentra su antónimo; nada de pacifismo, nada de derechos universales, nada de paz. Trump recupera un lenguaje nacionalista que entronca con lo que él y millones piensa que son las mejores virtudes del pueblo norteamericano. El ciudadano medio le ha comprado la moto de un populismo que tampoco faltaba en Obama. Este discurso se muestra, desde el punto de vista de la relación entre lenguaje y realidad, también excesivo. Como en las siete y media, tan malo es pasarse como no llegar.
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