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Hablar y vivir

Miguel de Toro y Gisbert

Antonio Garrido

Domingo, 16 de octubre 2016, 10:19

Afirma Manuel Alcántara que para viajar a lugares muy lejanos no hace falta moverse del sitio donde se está y donde se puede permanecer siempre. Sí, ya sé, querido lector, que la imaginación es incontrolable y también viajamos con las imágenes y durante siglos con los libros. Este verano he viajado mucho, muchísimo, sin moverme de un piso. Ordenar una biblioteca y, permítaseme la inmodestia, una gran biblioteca, es un viaje apasionante; no solo por los espacios que aparecen en los volúmenes, sino porque cada libro es una aventura personal, un viaje sentimental.

Permítaseme este preámbulo para explicar lo que sigue. Encontré unas fotocopias bastante viejas . Se trata de Voces andaluzas (o usadas por autores andaluces) que faltan en el Diccionario de la Real Academia Española. Se editó en la Revue Hispanique, 16, agosto de 1920, pp. 313-647. Están muy mareadas, como afirman los libreros de viejo; es decir, muy gastadas por el uso que hice de ellas. Abro otra caja y encuentro la edición facsimilar del texto, con un excelente estudio preliminar de mi colega Manuel Galeote, editada magníficamente en la colección Hispánica Elvetica.

Considero un acto de justicia escribir estas líneas para rendir homenaje y dar a conocer la figura de Miguel de Toro y Gisbert, un granadino que vivió desde 1880 hasta 1966. Hijo de lexicógrafo, padre e hijo vivieron en París produciendo una obra filológica de gran calidad que consiguió éxito editorial. Trabajó para la editorial Larousse. Tuvo una magnífica formación académica y en la edición del DRAE de 1914 aparece como Académico Correspondiente en París.

Manuel Galeote realiza un estudio muy completo y meritorio. Es obligado recordar que P. Álvarez de Miranda ya rompió una lanza por el granadino. Toro es autor de un diccionario muy bueno y que ha tenido muchas ediciones. En 1912 apareció el Pequeño Larousse ilustrado. Este diccionario y la obra dedicada a los andalucismos no fueron las únicas producidas por Toro. Su labor filológica fue amplia y así analizó el DRAE, se ocupó de los americanismos y hasta tradujo al francés a clásicos como Calderón.

Mi recordado profesor don José Mondejar valoró la obra de forma negativa y lo consideró precientífico, un «espigueo de palabras en una literatura más o menos costumbristas». La misma suerte ha corrido el Vocabulario andaluz de Alcalá Venceslada. No cabe duda de que con la metodología actual y los medios de recogida de datos las dos obras pueden merecer ese calificativo. Tanto Gisbert como Alcalá disponían de fuentes literarias básicamente costumbristas y sus resultados son limitados pero hay que consignar un dato. En las obras que tienen como objetivo plantear una muestra amplia del léxico que podemos considerar andaluz, los incorporan. Hay que tomarlos con reserva pero suponen un esfuerzo muy meritorio a la hora de establecer un diccionario de andalucismos.

Voy a ofrecer algunos ejemplos de la obra que me parecen interesantes. Aún. Es un adverbio de tiempo y Gisbert matiza que para la acentuación de esta palabra lo que importa es el sentido y no la posición respecto del verbo, como sostenía al RAE. El ejemplo que toma es de Juan Valera, de su novela Doña Luz: «Era aún hermano de cruz y aún se vestía de nazareno».

Avemarías. Con ejemplo de Salvador Rueda en Reja, se define como: La oración de la tarde. Como es fácil comprobar se trata de una obra en la que las autoridades, los escritores, tienen un peso muy notable. Caña aparece con tres significados específicos; no se olvide que el punto de partida es la diferencia con el uso general. El primero es Sarta de embutidos, con ejemplo de Rueda en la novela El gusano de luz: «La campana de la chimenea, donde está la caña de morcillas como sarta de negros dogales». La segunda es tarja, palo sencillo en el que se hacen muescas para señalar las ventas; como también se empleaba una caña, de ahí el uso. El ejemplo es de Ganivet en Granada: «Conozco a un granadino que vaso tras vaso ha hecho en un aguaducho una caña de doscientos reales». La tercera es de color de caña. El ejemplo es de Estébanez Calderón en Escenas andaluzas: «Si la faja en el presente es encarnada o púrpura, el venidero será caña o escalorada». La dificultad de analizar un ámbito tan extenso hace que se considere andalucismo una estructura de uso general en español como A buenas horas mangas verdes con el sentido: llegada tardía e inútil ya de alguna cosa. En este caso Gisbert yerra porque se queda en la comparación con la obra académica y no tiene en cuenta el uso.

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