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La tribuna

El aguafiestas

España es una nación festiva. Que los que miran con desdén nuestras fiestas, se vayan, dicen, que no nos calienten la cabeza con sus rollos sobre la barbarie y el silencio, que no nos amarguen la vida, pues la fiesta es la vida

Federico Soriguer

Viernes, 9 de septiembre 2016, 10:56

¿Qué es España?, se preguntaron una y otra vez Costa, Unamuno, Ortega, Américo Castro, Sánchez de Albornoz. Una nación festiva, esa es mi conclusión. ... Un país de fiesta y de fiestas. Nacionales, autonómicas, locales, regionales, municipales o de barrio, privadas o públicas, muy antiguas y muy nuevas, tradicionales y no tanto, de invierno, de otoño, de primavera y de verano, sobre todo de verano. Religiosas y laicas. Y así podríamos seguir con esta taxonomía nacional festera que nos une a todos, rojos y azules, gordos y flacos, nacionalistas de aquí y de allí, feos y guapos, hombres y mujeres, ateos y creyentes. Las fiestas como cemento identitario más allá de la política y del destino manifiesto. Un país festivo hasta la extenuación pues para la fiesta el único límite es el del agotamiento. El mundo se puede parar pero la fiesta, la gran fiesta nacional continua, como si fuera posible vivir eternamente fuera de sí. Da igual el motivo. La fiesta, el jolgorio,  la gente en la calle, el ruido, las pasiones del alma  desatadas, las risas, más risas, el alcohol, las drogas, la música, el desenfreno, el ruido, más ruido. La fiesta sin más, único fin en si mismo, el único lugar común donde se sientan en la misma mesa la izquierda y la derecha, los pobres y los ricos, las fulanas y los fulanos. Y sobre todo el ruido, el ruido y la furia de los vándalos, cada vez más presentes.

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