Las Cortes
Antonio Garrido
Domingo, 24 de julio 2016, 10:46
Tomaron posesión los diputados y senadores, -repito como tantas veces que empleo el masculino genérico-, y las Cortes han iniciado su andadura. Cada señoría ha ... tenido unos segundos de presunta gloria, los justos mientras juraba o prometía el cargo; al menos, para sus familias. Ya en la breve legislatura anterior encontré elementos del lenguaje, en todos sus sentidos, que me llamaron la atención. En esta ocasión ya no ha sorprendido determinada forma de vestir, perfectamente consciente como mensaje para sus electores.
Se trata del empleo de camisetas con frases reivindicativas como que otro gobierno es posible; con clara referencia a una coalición para evitar que el actual presidente tenga un segundo mandato. Llama la atención la de un diputado que pide la libertad para un condenado en firme por agresión. El rostro del condenado es calco de la más que famosa del Che con la boina.
Este diputado, como muchos otros, no se ha atenido a la fórmula establecida para tomar posesión del escaño. Se trata de salirse de la senda para obtener unas líneas en los medios de comunicación escritos y una imagen; lo más deseado es que algún comentarista de esos que están a todas horas repitiéndose como loros le ponga el foco y diga algo. Lo que resta eficacia a los mensajes es que por culpa de lo políticamente correcto no se debe afirmar que lo dicho es una estupidez, una sandez, una imbecilidad y otros calificativos gráficos, e incluso más gruesos, que se empleaban con profusión en el los dos siglos pasados pero que con la hipocresía dominante están vetados, de la misma manera que dos personas no pueden mandarse a la mierda porque uno puede llevar a la otra o viceversa a los tribunales. Una sociedad sin expresividad es una sociedad con grandes problemas.
Comento algunos ejemplos. Un grupo de diputados acorta la fórmula y afirma que promete acatar la Constitución y trabajar para cambiarla. No es relevante, el cambio constitucional está en el texto. Es solo una manera de mostrar el desacuerdo con la baqueteada Carta Magna que está hecha unos zorros en la práctica y con el deseo de modificarla.
Una frase que me interesa más es la repetida «nunca más un país sin su gente y sin sus pueblos». Las dos primeras palabras repiten la fórmula tan repetida para oponerse al gobierno en la tragedia ecológica del 'Prestige'. Se emplea país y no nación por razones de las que hay abundante bibliografía, país se considera más adecuado, más correcto y nación no es léxico activo de estas formaciones. Un país sin su gente es un país vacío; al no tener gente no existen pueblos, en plural, destacando la plurinacionalidad que predican.
La frase es falsa según los criterios de fiabilidad léxica y contrastada con la realidad. España es una democracia desde hace décadas. Se trata de un adanismo falsamente revolucionario y excluyente. Gente y pueblos son los míos, los que están a la luz de la verdad. En este uso del lenguaje, como se puede comprobar, la verdad o falsedad es irrelevante. Se trata de lemas que apelan a lo irracional, a la pura emoción de los míos; o conmigo o contra mí, ya se sabe.
Un diputado mezcló español y catalán, cosa que ya se hizo en poesía en el XVI, y nos regaló un bonito trabalenguas o acertijo: «porque fueron somos, porque somos serán». A lo que se podría responder como aquel rústico: ¡La gallina! No faltó el repetido «por imperativo legal» y el grito adaptado de Allende.
Todo es criticable pero no hay que exagerar. Una diputada se pone épica y cita unos versos de Miguel Hernández, donde por cierto, se afirma que en estas tierras hay «cordillera de toros / con el orgullo en el asta». ¡Cuidado! Que de aquí a hacerse admirador de José Tomás no hay más que un paso.
Esta diputada quizás no sepa que el poema se incluye en un libro de 1937, en plena guerra. Es poema bélico, con claro sentido de propaganda. No parece que España se encuentre hoy en situación parecida pero la cita es índice del radicalismo exacerbado de esta persona; bastante común cuando el rico toma conciencia revolucionaria; lo que no sé es si dejan de ser ricos, tampoco me importa.
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