El niño
Las portadas del niño ahogado han cambiado el discurso político en Europa en veinticuatro horas
Teodoro León Gross
Viernes, 4 de septiembre 2015, 12:31
Ya se ha hablado más de 'la foto del niño' que de la minoría kurda y el conflicto sirio; y con más apasionamiento que en ... toda la crisis de los refugiados. Ese es el poder formidable y a la vez inquietante de la fotografía. Bernard Pivot, en 'Las palabras de mi vida', reparaba en aquellos episodios de su biografía desprovistos del ancla de una foto. Con la Historia sucede lo mismo: el olvido cae con más intensidad sobre aquellos acontecimientos sin testimonio gráfico. La fotografía es memoria; y en definitiva, como advertía Oliver Sacks, el gran neurólogo fallecido estos días, la memoria nutre nuestros imaginarios. Lo impresionante del atentado sobre las Torres Gemelas, más allá de la cifra de muertos, es su iconografía.
Se pueden ignorar las estadísticas de un drama humanitario, incluso convivir con las cifras sin demasiado malestar. Trescientos mil migrantes se han lanzado este año al Mediterráneo huyendo de la guerra o la miseria, violaciones y masacres, guiados por mafias que los exprimen en dólares, y Acnur registra miles de muertos en ese viaje... pero de repente la imagen de un solo crío rompe el muro de indiferencia levantado en Europa. (Algunos parece que leían sobre 'niños muertos' sin pensar en que eran, todos, como ese niño). Incluso antes de saber su nombre y su historia, el sueño roto de Canadá, el vacío en las manos de su padre durante el naufragio, esta fotografía había quebrado los mecanismos de defensa provocando un torrente de vergüenza. Sucede particularmente con imágenes de niños, desde aquella cría desnuda huyendo del napalm en Vietnam al pequeño retratado en Sudán ante un buitre que parecía aguardar su cadáver. Quizá se puede llegar a ver el hongo de Hiroshima como una imagen desapasionada, pero no el rostro de un niño desterrado de la 'única patria feliz de la infancia' (Rilke). Y Aylan Kurdi no estaba tumbado en la orilla jugando a oír lejanos delfines.
Después de semanas de procrastinar el problema y parapetarse en el lenguaje burocrático ante la crisis de los refugiados, las portadas del niño ahogado han cambiado el discurso político en Europa en veinticuatro horas. Es el efecto 'rostro humano'. Incluso los gobiernos duros, como el ejecutivo español que venía esgrimiendo argumentos deleznables, ayer cambiaban de registro. Sí, ahora existe el riesgo de perder la razón en nombre del 'buenismo'; pero ya era irracional la insensibilidad ante esta crisis humanitaria ignorando 'el derecho a tener derechos' del que hablaba Hannah Arendt. La ironía final en la corta vida de Aylan Kurdi es aparecer en los medios con la cara pixelada, como si se respetaran sus derechos, después de haberle arrebatado todos, hasta la propia vida. Claro que probablemente no se le pixela el rostro para salvaguardar la carta de la infancia, sino para proteger nuestras conciencias.
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