Dimitir por principio
Hay un problema: la tentación de presentar denuncias en víspera de elecciones para pervertir la campaña
Teodoro León Gross
Jueves, 30 de julio 2015, 12:32
Un político que dimitió hace cinco meses tras una imputación acaba de ser nombrado consejero delegado de Turismo Andaluz. Es un caso en el que ... vale la pena detenerse. Javier Carnero, ex alcalde de Benalmádena, renunció en marzo a ir en las listas al Parlamento, donde era n.º 5, al ser acusado de malversación; pero en pocas semanas su caso fue archivado, y ahora, unos meses después, vuelve a la política con un buen destino. Parece que, aunque lentamente, el país progresa.
Durante muchos años la clase política ha temido 'el efecto Demetrio Madrid': el caso del primer presidente castellanoleonés que hace treinta años dimitió al verse imputado por la justicia laboral en su empresa. Fue una caída dura. Se suele contar que Aznar se lanzó a degüello sobre él para despedazarlo y construir su carrera política sobre el escándalo. La media verdad es mentira. En realidad, a Demetrio Madrid no lo liquidó Aznar, sino, como suele ocurrir, lo suyos. Un caso de «¡cuerpo a tierra que vienen los nuestros!»: el partido lo sostenía pero la corriente crítica de gente como Ciriaco de Vicente o Juan José Laborda lo machacó durante meses. Así que la oposición se encontró el trabajo hecho. En definitiva Demetrio Madrid era insostenible en la presidencia; y esos dos años lo dejaron marcado, aunque tras quedar absuelto de todos los cargos, regresara para ser procurador, parlamentario o senador.
Dimitir es todavía un verbo con la conjugación muy oxidada en español, salvo en pluscuamperfecto de subjuntivo o condicional. Y la retórica altisonante sólo dura hasta que se te cruza la realidad. A Carmena le han recordado su insistente idea de que «los imputados deben dimitir» antes de proteger a su portavoz imputada por ofensa religiosa. Se tarda poco en asimilar la 'casta'. Sí, «hay tipos y tipos de imputación» como sostiene Pablemos; pero esa escala suele acabar en 'mis imputaciones son leves; las imputaciones ajenas, graves'. En IU se han tapado tras la coartada de las 'querellas políticas', como si la prevaricación fuese una persecución ideológica. Pero, sí, hay un problema, como en Benalmádena: la tentación de presentar denuncias en víspera de elecciones para pervertir la campaña. De ahí que tenga más sentido fijar el rasero de la renuncia en la apertura de juicio oral, no en la imputación. En todo caso la Regla n.º 1 falla: la dimisión no debe ser judicial, sino ética. Y los partidos deberían ser garantes -con los corruptos pero también los indeseables, como ese alcalde conquense que llamó 'puta barata podemita' a la portavoz castellanomanchega- en lugar de actuar como mafias protectoras de la impunidad de los suyos. No por una norma, sino por unos principios.
En fin, de Demetrio Madrid a Javier Carnero al menos se ha progresado: entonces dimitir era sinónimo de culpabilidad; ahora no es un estigma. Se puede volver (honorablemente) para contarlo.
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