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CON PERMISO

Zapatero, a tus zapatos

Isabel Naranjo

Miércoles, 15 de octubre 2014, 12:44

En pleno debate sobre la desmedida acumulación de cargos públicos u orgánicos por parte de no pocos integrantes de la clase política, las imágenes que trascendieron ayer del pleno ordinario que celebra esta semana el Congreso de los Diputados producen cierto sonrojo, al comprobar que apenas un tercio -en el sentido más generoso de los casos- de los componentes del hemiciclo ocupa su escaño durante el debate.

La sesión vespertina, iniciada a la fatídica hora de la siesta, abordó en su inicio, entre otros, la toma en consideración de proposiciones de ley sobre protección de consumidores vulnerables o contra la pobreza energética que, a tenor del quórum reinante en la sala, tuvieron poca o ninguna contemplación por parte de sus señorías. Y no es un caso aislado, sino que la estampa se repite con frecuencia en la Cámara Baja, en un claro síntoma de que algo falla en el normal funcionamiento de la institución, o al menos el que se presupone ha de tener, más allá de ser el deseable.

No se trata de poner un detective detrás de cada representante de las Cortes Generales -extensible a los representantes en la Cámara Alta, con asistencia aún más testimonial si cabe que la de sus colegas en el Congreso-, pero no estaría de más regular algún tipo de medida de control que garantice que esas ausencias no responden a otros menesteres impropios de la tarea que les ha sido encomendada en las urnas. Porque no sólo han de ser los cuestionados y siempre poco comprendidos funcionarios los que rindan cuentas, en este caso físicamente, de su labor.

Y es que no vale sólo con dejarse caer en el banquillo cuando uno es llamado a votar, y hete ahí el dilema. Saber cuáles hacen caso omiso de sus obligaciones constitucionales -no así las atribuciones y suculentas prebendas que reporta el cargo- porque priorizan otras tareas ya sean personales o partidistas ajenas a su cargo, y cuáles tienen justificada su no asistencia, porque estén representando escaño en animadas tertulias de medios de comunicación; dando conferencias adoctrinadoras para captar adeptos a su causa, o simplemente en actos institucionales que sean incompatibles con estar físicamente en la Carrera de San Jerónimo.

Sólo así dejará de existir sombra de dudas sobre su quehacer diario, y de la para ellos -más para sus familias- encomiable y sacrificada dedicación a la tarea encomendada.

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